En el eclipse solar del 8 de abril todo salió como estaba pronosticado: la luna tomó el lugar esperado entre el sol y la tierra a la hora anunciada y todos los espectadores quedaron satisfechos. Acá, en nuestro país, también tuvo lugar un evento previsto, esperado y ampliamente publicitado, aunque su carácter fue político. Y sucedió que uno de sus resultados también puede considerarse como un eclipse, aun no total, de una de las participantes.
El entorno del mencionado primer debate organizado por el INE entre las tres personas que aspiran a ganar la elección presidencial del próximo 2 de junio, tuvo como trasfondo un hecho evidente: que el grueso de las encuestas de opinión da a Claudia Sheinbaum como la candidata que cuenta con la simpatía o aceptación de la mayoría de los encuestados. El segundo lugar y bastante alejado del primero, lo ocupa la candidata de la oposición Xóchitl Gálvez y un más distante tercer lugar le corresponde a un candidato casi imposible: Jorge Álvarez Máynez.
En tales circunstancias lo realmente importante tanto para los candidatos como para todos los posibles votantes era la incertidumbre sobre la forma en que el encuentro podría incidir en la percepción de los ciudadanos sobre el desempeño de los candidatos. Y es que, si en el intercambio de ideas y propuestas, la aspirante opositora lograba dar un golpe contundente, demoledor, a quien hasta ese momento era percibida como ganadora el panorama político mexicano aún podría dar un vuelco. Pues bien, esto último no ocurrió y por tanto es más improbable un retorno de la derecha a la presidencia de un país y sistema político presidencialistas. Y es que todo aquel que quiso observar con algún grado de objetividad el evento pudo comprobar que la confrontación del 7 de abril simplemente reafirmó las tendencias ya establecidas.
En la atmósfera del post debate un grupo significativo de observadores y comentaristas, incluso algunos identificados con la coalición que encabeza Xóchitl Gálvez, coincidieron en atribuir el poco éxito de quien encabeza la alternativa de derecha, “Fuerza y Corazón por México”, a su incapacidad para armar y ofrecer al elector un proyecto de nación alternativo al elaborado por la izquierda. Pero quizá ese no es exactamente el caso.
Se puede argumentar que hoy la coalición opositora aglutinada alrededor del PAN y del PRI si tiene un proyecto muy completo, articulado y muy probado, pero que su problema no es tanto el discurso de su candidata ni menos la falta de objetivos concretos sino el que ésta no puede presentarlos explícita y públicamente como tales porque se trata, en la medida en que le fuera posible, de desandar lo ya andado por el lopezobradorismo en el camino que lleva a un cambio de régimen. Se intenta volver a dar vida a los arreglos políticos, económicos, sociales e incluso culturales, que prevalecían hasta 2018.
En el conjunto de críticas de la oposición —que son muchas y constantes— está implícito un proyecto de nación que busca reestablecer la pirámide de poder anterior a 2018 y donde los intereses de la oligarquía no se sentían amenazados sino cobijados, donde las posiciones de las varias capas que componen a la clase media no enfrentaban el reto cultural que implica ese “por el bien de todos primero los pobres”. Retornar al imperio de las supuestas “leyes del mercado” que determinaban cómo, cuándo y quienes eran los ganadores de un supuesto juego económico competitivo, pero en realidad jugado con dados cargados por una corrupción sistémica y donde, en la práctica, la desigualdad social se justifica como una inevitable característica de un sistema que premia a los audaces y castiga a los faltos de imaginación, apáticos y conformistas. En fin, volver a ese México donde se suponía que el mero crecimiento del PIB llevaría a una paulatina disminución de las desigualdades.
En fin, que en lo inmediato el proyecto explícito de la derecha es simplemente detener a la 4ª Transformación, detener el difícil desmantelamiento del antiguo régimen —desmantelamiento calificado por la derecha como la “destrucción del país”.
Si esa derecha llegara a recuperar la presidencia por algún medio, la reconstrucción de su México ahora idealizado implicaría confrontaciones más abiertas y agudas que las actuales pues lo ya desatado en el sexenio de AMLO no podría volverse a atar por las buenas. Quizá a la derecha mexicana, a la “realmente existente”, le conviniera, pasadas las elecciones, negociar su coexistencia con la 4T que continuar confrontándola al estilo de la coalición armada en torno a “Fuerza y Corazón por México”.
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