La capacidad de comunicar es uno de los pilares de toda acción gubernamental. Siempre ha sido así. El éxito de un gobierno depende en gran medida de sus aptitudes para explicar públicamente lo que hace, los dilemas que enfrenta, las necesidades que deben atenderse y así sucesivamente.

Si bien es una tendencia común de cualquier gobierno, los regímenes autoritarios necesitan, como ninguno, de un control total de la comunicación pública. En ello reside su esencia y su supervivencia, como lo evidenció, con la figura del “Gran Hermano” y su dominio absoluto de lo que se decía (y se pensaba) en “Oceanía”, George Orwell en su novela 1984.

El fascismo lo entendió bien y por eso eliminó todas las voces críticas y ejerció un control total de la prensa. El nazismo hizo lo propio y bajo la batuta de Goebbels desarrolló un sofisticado aparato de propaganda nunca visto hasta entonces (llevando a la práctica, entre otros principios, el de que “una mentira repetida mil veces termina por ser verdad”). Los regímenes comunistas siguieron esa ruta suprimiendo los medios de comunicación privados y estableciendo a los medios oficiales como la única ventanilla de información posible y el espacio exclusivo de difusión de La Verdad oficial.

El morenismo —como lo hicieron antes otros regímenes autoritarios de nuestra región inspirados en el “Foro de Sao Paulo”—, fiel a la receta, apenas llegó al poder, estableció las bases de una nueva comunicación gubernamental centrada en la “mañanera” como un poderoso mecanismo de control social. Ahí, se dicta la agenda, se predica, se dice la “verdad”, se descalifica y denuesta a los críticos, se denuncia a los adversarios, se persigue a los opositores y se tira la “línea” que los medios oficialistas y las legiones de “bots” y “troles”, gestionados desde la Presidencia y el partido oficial, replican puntualmente.

Esa fue el estilo que fijó López Obrador y que Sheinbaum ha continuado, aunque sin la “chispa”, ocurrencias y espontaneidad de su predecesor. Ambos han tenido clara la necesidad de controlar el discurso público y de construir una narrativa que impacte y emocione a las masas (aunque choque frecuentemente con la impertinente realidad —que suele contradecirla— y los datos duros —reacios a plegarse a la verdad alternativa que vende la perorata oficial—), como la principal manera de mantener, junto a la dispersión de montos inéditos de dinero en efectivo mediante los programas sociales, su alta aprobación pública.

Un buen ejemplo de ello, lo representa la declaración de la presidenta Sheinbaum, hace un par de días, en el sentido de que “este gobierno no se arrodilla” y que “a México se le respeta”, insuflando ínfulas patrioteras y nacionalistas frente a las descalificaciones y amenazas realizadas por la administración Trump. Sin embargo, en los hechos, como ocurrió en su momento con López Obrador, el gobierno mexicano se ha plegado completa y totalmente a las demandas de los gobiernos trumpistas blindando con militares, entre otras cesiones, primero la frontera Sur y ahora la Norte para frenar la migración, tal como nos lo exigió Estados Unidos.

En realidad, México atiende, y me temo seguirá haciéndolo, todas y cada una de las exigencias y chantajes de los norteamericanos porque la ineptitud gubernamental, nuestra dependencia de la principal economía del mundo y la debilidad estructural de la nuestra fatídicamente nos lo imponen, mientras paralelamente, hacia adentro, se insiste en vender un discurso grandilocuente y soberanista… puro rollo, pues.

Postdata.- Hablando del uso y abuso del aparato de comunicación estatal, ayer volví a ser mencionado en el “detector de mentiras” de la “mañanera” (ese espacio que reedita al que el Relator de Libertad de Expresión de la CIDH señaló en su Informe 2023 como un preocupante espacio de estigmatización de la prensa), en donde se afirmó que en mi artículo pasado señalé que la reforma judicial pretendía “liquidar al Poder Judicial” y que eso era una mentira. ¿Y quién dijo eso? Lo que escribí fue que se buscaba liquidarlo “como un órgano de contrapeso de los poderes políticos” no eliminarlo como poder público… y lo sigo sosteniendo. Un ejemplo más del uso arbitrario de los medios del Estado para atacar y descalificar a las voces críticas, como ocurre, invariablemente, en los regímenes autoritarios, aunque insistan con sus mentiras cotidianas en negarlo.

Investigador del IIJ-UNAM

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