Una de las características de la democracia moderna es su carácter representativo. Esto significa que las decisiones políticas (las que tienen un carácter vinculante para todos los miembros de una comunidad) no son tomadas directamente por los ciudadanos (como ocurre en las democracias directas), sino por representantes que son electos por los aquellos y que los sustituyen en el proceso decisorio.

La representación política se ha convertido, así, en un engranaje indispensable en el funcionamiento de las democracias en las sociedades de masas, como son todas las contemporáneas.

Pero no cualquier tipo de representación política es, por sí misma, democrática. Los monarcas absolutos y los dictadores ejercen también una representación política de una sociedad al tomar unilateral y autocráticamente las decisiones públicas (Luis XIV al sostener “el Estado soy yo”, asumía actuar como representante de la Nación francesa). Para que la representación sea democrática se requieren dos características esenciales: primero, que los representantes sean electos popularmente en elecciones democráticas y, segundo, que los órganos representativos (en particular las cámaras legislativas) reflejen la diversidad de opiniones y de posturas políticas que existen en el cuerpo representado (el pueblo).

Si no se cumplen esas dos características, no puede hablarse de una representación auténticamente democrática. Pero además, del grado o intensidad con las que las mismas se presenten (la integridad democrática de las elecciones, por un lado, y la efectiva “representatividad” —entendida como la fidelidad de la representación— de los órganos representativos, por el otro) depende la calidad o intensidad democrática del sistema político.

Michelangelo Bovero lo explica con claridad en su Gramática de la democracia (Trotta, Madrid, 2002, pp. 62 y ss.), cuando sostiene que el verbo democrático “representar” viene del latín repraesentare, un término complejo desde el punto de vista semántico pues tenía varios significados de los cuales dos son fundamentales para entender la representación en sentido democrático: por una parte, supone “actuar en nombre y por cuenta de” alguien más (así alguien que representa a otro, actúa como si fuera este último, asumiendo su lugar o sustituyéndose a él). Por otra parte, quiere decir “imitar, reproducir” o “reflejar”.

Por eso, dice el célebre filósofo político italiano, “el acto de representar entra propiamente dentro del juego democrático solamente si al significado de «actuar en nombre y por cuenta de» se sobrepone uno de sus significados originarios…: el de «ser un espejo, reflejar, reproducir fielmente».” Y agrega: “los elegidos en un parlamento «representan» a los ciudadanos electores en forma democrática no solamente en la medida en que son designados por éstos para sustituirlos en las fases conclusivas el proceso decisional, sino en la medida en la que el parlamento, en su conjunto, y en sus varios componentes, refleja las diversas tendencias y orientaciones políticas existentes en el país, considerado éste de manera global, sin exclusiones, y en sus respectivas proporciones”.

El adecuado reflejo que debe tener la representación política democrática depende directamente del sistema electoral que se adopte. Si dicho sistema distorsiona ese reflejo (como ocurría en las casas de los espejos en las ferias de antaño), la calidad democrática de la representación baja, si lo refleja fielmente, aumenta.

De los dos grandes modelos de sistemas electorales, el de mayoría y el proporcional, el primero suele distorsionar gravemente el reflejo del cuerpo político representado porque éste sólo permite que estén representados los votos de los ciudadanos que eligieron a la opción ganadora, el resto son desechados y no son tomados en cuenta para efectos de la representación. El segundo, el proporcional, por el contrario, busca que todas las fuerzas políticas relevantes estén reflejadas en el parlamento en proporción a los votos que recibió cada una de ellas.

Sobra decir que, por eso, el sistema proporcional se acerca mucho más —y de mejor modo— que el sistema de mayoría al ideal de la representación democrática. Por eso preocupa el discurso anti-proporcional que, en sus afanes de consolidación autoritaria, ha abanderado el morenismo y, por eso, desde el IETD planteamos lo contrario.

Investigador del IIJ-UNAM @lorenzocordovav

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