El autoritarismo entendido como característica de un gobierno se distingue por el ejercicio del poder político de manera concentrada, sin límites, contrapesos ni controles institucionales —o en todo caso, si existen, muy acotados—, en donde las libertades y los derechos de los gobernados o bien están suprimidos o bien dependen en su ejercicio y extensión de la voluntad graciosa del gobernante y, por supuesto, carecen de mecanismos de garantía eficaces.

En ese sentido, los sistemas autoritarios se contraponen a las democracias constitucionales que se caracterizan por la designación de gobernantes y representantes en elecciones libres y auténticas, pero además, por la prevalencia del derecho sobre el poder, por la existencia de mecanismos y técnicas de control y de limitación del poder políticos (en primer lugar la división de poderes y el principio de legalidad), así como por el reconocimiento y garantía de los derechos humanos de todas las personas.

De este modo, el carácter autoritario o democrático de un determinado régimen político no es, pues, algo que dependa del posicionamiento en el que se ubique en el espectro político izquierda-centro-derecha. Hay izquierdas democráticas e izquierdas autoritarias, así como derechas democráticas y autoritarias también. Lo mismo ocurre con las posturas centristas.

La historia ejemplifica lo anterior con claridad, en el siglo pasado tuvimos claros ejemplos de totalitarismos (regímenes que constituyen la expresión máxima de los gobiernos autoritarios en los cuales el poder ocupa toda la esfera pública y también la privada de la sociedad) de derecha, como el fascismo en Italia o el nazismo en Alemania —entre muchos otros—, y también de izquierda, como la pléyade de comunismos reales agrupados en el Pacto de Varsovia durante la Guerra Fría.

Sin embargo, casi todos los sistemas autoritarios han caído en la pretensión de justificarse como expresiones auténticas de la democracia que, como tales, se diferencian de las falsas manifestaciones de la misma (precisamente las democracias constitucionales). Así el fascismo se reivindicó como la real expresión de la voluntad del pueblo italiano y, por ello, como su verdadera encarnación democrática a diferencia de la rancia democracia liberal que, vendiéndose como un régimen de libertades, había servido sólo a los intereses de la burguesía empoderada.

También Schmitt, ideólogo del nazismo, consideraba que la verdadera democracia era la expresión del pueblo considerado una entidad homogénea que, unificada políticamente bajo el liderazgo de su líder (Führer), identificaba y combatía a sus enemigos internos y externos, y no la democracia liberal-consensual que, gracias a los partidos, fragmentaba y erosionaba esa unidad del pueblo.

Lo mismo ocurrió con los regímenes comunistas que se asumieron como democracias auténticas, en cuanto gobiernos del pueblo, frente a las falsas democracias liberal-burguesas que eran, en realidad, sistemas funcionales a la explotación de clases del capitalismo.

Ese, en gran medida ha sido el tono que ha asumido la izquierda que llegó al poder en México gracias a la apertura democrática que hoy pretenden negar e invisibilizar, primero en el ámbito local y más tarde a nivel federal en 2018. Son incontables sus rasgos autoritarios, como lo demuestra la operación de reconcentrar el poder en la Presidencia, el desmantelamiento del sistema de contrapesos institucionales, el uso del aparato del Estado para denostar y perseguir a críticos y opositores, la militarización de la seguridad y de múltiples ámbitos de la vida civil y el debilitamiento o desmontaje de los mecanismos de garantías de los derechos como el Amparo, pero pretenden venderse como la expresión más pura y auténtica de la democracia.

La incongruencia del discurso oficialista es evidente, por un lado, se dicen demócratas, pero por otro no han condenado —ni lo harán— los regímenes dictatoriales de Venezuela, de Nicaragua, o de Cuba, a diferencia, por cierto, de lo que han hecho los gobiernos de izquierda de Colombia, Brasil y Chile.

La verdad es que dudo mucho que quienes hoy nos gobiernan sean realmente de izquierda (muchas de sus políticas y decisiones son abiertamente neoliberales y regresivas), pero incluso concediéndoselos, lo que es innegable es que son autoritarios puros y duros.

Investigador IIJ-UNAM. @lorenzocordovav

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