El 1 de abril de 1977, Jesús Reyes Heroles pronunció en Chilpancingo un discurso que es un parteaguas en la historia política del país. No sólo sirvió para explicar el sentido de la reforma política que el gobierno presentó ese año, sino que delineó la ruta por la que avanzaría el proceso de democratización del país.
Una de las características del viejo régimen autoritario fue la exclusión de las fuerzas opositoras de la arena institucional y la cerrazón del sistema político frente a cualquier disidencia. No había cauces legales para encauzar la germinal diversidad política e ideológica que anidaba en la sociedad mexicana posrevolucionaria y, por ello, ésta estaba ausente de los espacios de representación política. Además, toda expresión de inconformidad y disidencia se respondía con violencia y represión.
Basta pensar que entre 1954 a 1979 el sistema de partidos se mantuvo estático sin que ninguna nueva fuerza política se incorporara al espectro institucional. Durante esos 25 años sólo tuvieron registro el PRI, que gobernaba autoritariamente y copaba prácticamente todos los espacios de representación política, el PAN, que era el único partido real de oposición, el PPS y el PARM que no eran sino satélites del partido gobernante (hasta 1988 postularon siempre al mismo candidato presidencial que el PRI).
Paradójicamente, en esos 25 años se multiplicaron como nunca las expresiones de disconformidad con el régimen. Dan testimonio, entre otras, las movilizaciones y protestas de los sindicatos ferrocarrilero y de electricistas, de estudiantes, de maestros, de profesores universitarios, así como algunas expresiones violentas e ilegales (como los diversos movimientos guerrilleros en los años 60 y 70). Todas ellas, incluso las pacíficas, recibieron como únicas respuestas la represión violenta y la persecución política, las únicas que un régimen autoritario conoce.
Los cambios cosméticos que se habían hecho para tratar de incorporar de manera marginal a la oposición a la arena institucional, como los “diputados de partido” en 1963 (luego incrementados en número en 1973), fueron insuficientes e insustanciales, abriendo la puerta para que, frente a la falta de opciones y espacios legales, la violencia comenzara a instalarse en la política corriendo el riesgo de desbordarla.
Reyes Heroles lo entendió y asumió que la solución era abrir el sistema político (aunque fuera de manera gradual y moderada) y no continuar por la ruta de quienes (que los había) pretendían un “endurecimiento del gobierno” pues esto implicaba “la prédica de un autoritarismo sin freno, ni barrera”. A su juicio, “endurecernos y caer en la rigidez es exponernos al fácil rompimiento del orden estatal y del orden político nacional. [Por eso, era necesario] que el Estado ensanche las posibilidades de la representación política, de tal manera que se pueda captar en los órganos de representación el complicado mosaico ideológico… Mayorías y minorías constituyen el todo nacional, y el respeto entre ellas, su convivencia pacífica dentro de la ley es base firme del desarrollo, del imperio de las libertades y de las posibilidades de progreso social”. No hacer lo anterior, sostenía, era abrirle las puertas al “México bronco y violento”.
La transición a la democracia implicó una paulatina apertura de los espacios institucionales y representativos permitiendo así la inclusión y el desarrollo de la diversidad política. El registro condicionado a nuevos partidos y la representación proporcional fueron, en ese sentido, los primeros y fundamentales cambios institucionales que inauguraron el largo y complejo camino del cambio político. La idea fue crear mecanismos que permitieran procesar y despresurizar las tensiones y los legítimos reclamos políticos, que hasta entonces habían estado reprimidos y podían estallar, como condición básica para procesarlos sin violencia.
Por eso, es increíble la ceguera del morenismo que, lejos de proteger y ensanchar las rutas institucionales, las está clausurando en una demencial y vertiginosa regresión autoritaria. Cerrar los espacios para que la pluralidad se exprese y se procese (como la representación proporcional, precisamente), mandando el mensaje que los espacios institucionales son propiedad de unos y un coto vedado para los demás, es un juego suicida que a nadie le conviene. ¡Cuidado!

