Tuve la oportunidad de recorrer la semana pasada el Museo Nacional de Arte y Cultura Afroamericana en Washington. Fue inaugurado por Barak Obama en 2016 y está ubicado en un lugar emblemático de la capital de los Estados Unidos, junto al obelisco. Tiene una estructura de metal con diseños que permiten que entre la luz y que haya amplios espacios para disfrutar del paisaje exterior.
Antes de ingresar, se podría pensar que se trata de un museo que contendría imágenes de las luchas que libraron los afrodescendientes en Estados Unidos en los siglos XIX y XX en contra de la discriminación y, en parte, así es. Me detuve a observar fotografías, trozos de discursos, imágenes icónicas de Luther King y de Rosa Parks. Estampas de la vieja cotidianidad de los afrodescendientes en los tiempos de exclusión institucionalizada.
El museo exhibe los infamantes letreros que marcaban los espacios que no podían traspasar las personas “de color”. Imágenes estigmatizantes de un mundo que contenía privilegios para unos y precariedades para otros solo por el color de la piel. Muchos años después de abolida la esclavitud, la segregación siguió.
Durante el recorrido, después de la inmersión en el mundo de la lucha política, se llega al ámbito de los deportes. Una amplia sala está dedicada a la participación de los afrodescendientes en los juegos olímpicos. Afuera está inmortalizado el pódium del estadio de México 68 con los atletas premiados en la competencia de 200 metros planos y que se conoce como el saludo del black power. Ahí están Tommie Smith y John Carlos con sus medallas de oro y bronce, con el guante negro, el puño en alto y la mirada hacia abajo en una inusual forma de protesta. Luther King había sido asesinado en Memphis en abril de ese año.
En esa sección también están imágenes de Arthur Ashe primero en incursionar en el “deporte blanco” y en bronce las hermanas Williams. En el espacio dedicado al beisbol, se muestra un video que narra la existencia de ligas separadas: una, donde jugaban los blancos y otra para los “de color”. Ahí está la hazaña de Jackie Robinson, primer afrodescendiente en ligas mayores. En el box encontramos a Mohamed Ali y en el basquet, a un Michael Jordan a escala con el balón en las manos y mirada certera hacia la canasta.
En el piso de arriba se escucha música y se rinde homenaje a las grandes y memorables voces del soul. Me sentí tocada a tal punto que se me erizó la piel y se me humedecieron los ojos. ¡Simplemente fascinante! Hay también un espacio interactivo para el baile que es usado mayoritariamente por niños. Algunas personas adultas también se animan a repetir los movimientos que se muestran en las pantallas.
El museo consigna las inmensas aportaciones que los afrodescendientes han hecho a ese país y lo que siguen aportando día a día en todos los ámbitos.
El pasado excluyente está todavía cerca. Son apenas décadas las que han transcurrido desde que vamos por el camino de la no discriminación en función del color de piel y también del sexo. Porque en el museo, el reconocimiento es para hombres y mujeres.
Aunque la discriminación por distintas causas sigue siendo una asignatura pendiente en muchos lugares del mundo, este museo muestra el enorme enriquecimiento que provoca la inclusión y cómo han sido importantes los pasos y saltos que individual y colectivamente se han dado para la construcción de una sociedad más humana y justa.