El homicidio de un estudiante del CCH cimbró a toda nuestra comunidad y propició que en todos los ámbitos universitarios se reflexionara sobre el tema. ¿Fue un hecho aislado? ¿Se puede repetir? ¿Qué llevó a un joven de 19 años a privar de la vida a otro de 16 que conversaba tranquilo con su novia? Las primeras investigaciones mostraron que el homicida había dejado huella cibernética donde comentaba lo que planeaba hacer como parte de un grupo autodenominado INCEL (célibes involuntarios). Vertió su frustración con un arma blanca en un joven que sí había logrado tener una relación afectiva. Se empezó entonces a hablar de la salud mental del joven y, de nuevo, de los altos riesgos que implican las redes sociales.

La Rectoría está tomando todas las medidas inmediatas para garantizar la seguridad del alumnado. Hay infraestructura para ello: cámaras de videovigilancia, botones de pánico y sistemas de seguridad que deberán reforzarse, pero eso no basta. Lo más importante es tratar de entender qué está pasando con nuestra juventud y proyectar acciones a largo plazo. En el foco deben estar los más jóvenes, aquellos que todavía no terminan de experimentar las consecuencias del encierro provocado por la pandemia. Esa generación que, antes de cumplir los 20 años, ni siquiera logra comunicarse con los de 30 y menos aún con sus madres, padres y maestros. La comunicación está rota, el lenguaje es otro, los códigos, descifrables para ellos, son indescifrables para los demás. Les tocó el mundo de la inmediatez, de la virtualidad, del no futuro ante las amenazas ambientales, de nuevas guerras e incertezas en todos los ámbitos.

Cambió todo. Las redes se comen cerebros durante el día y roban preciadas horas de sueño durante la noche. Aunque la luz de una habitación está apagada, algo brilla bajo las cobijas. Los algoritmos siguen despiertos mandando información puntual y precisa a sus potenciales e inmaduras víctimas. Hoy, no solo la inteligencia es artificial, son artificiales segmentos de vida y es artificial la idea del éxito. Son los que no buscan amigos sino seguidores y a su vez siguen a entes inmateriales que los van llevando al abismo.

¿Hay antídotos? El futuro nos alcanzó y vamos tarde en las respuestas. Curiosamente, la Universidad, hoy amenazada, es el lugar de donde habrán de salir las soluciones. Las facultades de Filosofía y Psicología tienen el compromiso mayor: entender y explicar las conductas para luego trazar caminos de esperanza.

Intuitivamente se recurre a pensar en modelos añejos en los que la familia juega el rol fundamental, pero el primer diálogo que está roto es con la propia familia. Si siempre, en el proceso de lograr autonomía y de encontrar su esencia, el adolescente rompe en rebeldía, ahora esa rebeldía encuentra nuevos cauces que no siempre lo conducen al paraíso prometido. Se evocan tiempos pasados que, aún con el impulso de la fuerza de la añoranza, no volverán. Estamos frente a un fenómeno totalmente nuevo al que hay que atender. ¿Por dónde empezar? ¿Prohibiciones? No se llega muy lejos con ello. Cada adolescente tiene en la palma de la mano la invitación a entrar a mundos infinitos que no tienen el aviso del no retorno. Y aquí estamos, con las mejores intenciones, pero con herramientas desgastadas que no se acoplan a las nuevas piezas. La Universidad tiene un reto mayor y los universitarios debemos perfilar salidas.

Catedrática de la UNAM @leticia_bonifaz

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