El martes pasado asesinaron a Ximena Guzmán y a José Muñoz, secretaría particular de la jefa de Gobierno y asesor en temas de seguridad y, en palabras de quienes los conocieron, personas amables, comprometidas, soñadoras de una justicia social para todas, todos y todes. Su asesinato no solo sacude al gobierno de la Ciudad de México: nos recuerda, con brutal claridad, la fragilidad institucional que padecemos y la persistencia de una necro política que elige quién vive y quién muere.

Como muchas personas, lamento no haber tenido la oportunidad de conocer a Ximena ni a Pepe. Me hubiera gustado saber de ellos en otro contexto. Pero me duele —debería dolernos— ver cómo su muerte se partidiza e instrumentaliza, despersonalizándolos, romantizando su asesinato con frases como que “entregaron su vida” o que fueron “un sacrificio”. No. Ellos no entregaron su vida por un proyecto político: se la arrebataron. De manera fortuita, sí, pero también de la forma más común y cruel en este país: la violencia sin justicia.

Recordarles no debería implicar revictimización ni morbo. Pero en México todo se convierte en espectáculo. Las redes sociales y los medios se llenaron de videos, fotografías y teorías de conspiración. Desde la oposición, sí, pero replicando las mismas lógicas revictimizantes que el partido en el poder ha usado tantas veces contra otras víctimas. Víctimas que, aunque incomoden, están ahí para recordarnos que la justicia en este país es una deuda olvidada.

Ser víctima en este país es quedar a merced del morbo institucional, mediático y político. Y no puedes evitarlo. Ni siquiera muerta. Tu cuerpo violentado se convierte en carroña electoral. Las narrativas que se construyen alrededor de ti ya no te pertenecen.

Nos robaron la utopía. Esa que soñaba con una ciudad distinta, con instituciones que protegieran en lugar de fallar. Con una justicia cercana, humana y accesible. Hoy estamos atrapadas en una espiral donde la justicia es selectiva y el dolor, moneda de cambio. Se acercan elecciones judiciales que poco dicen a quienes lo han perdido todo, a quienes siguen esperando justicia, a quienes saben que su dolor no será suficiente para mover las estructuras de la impunidad.

La historia de Ximena y Pepe debería cruzarnos. Recordarnos que la justicia no debería ser dolorosa ni negociable. Que no hay proyecto de ciudad, ni transformación posible, sin poner al centro la vida, la dignidad y la memoria de quienes ya no están o resisten este ciclo de violencia que ya ni se sabe dónde y cuándo comenzó.

Hoy, desafortunadamente, me queda el nudo en la garganta al pensar en lo terrible que es ser víctima en este país.

Si te asesinan, manosean tu cuerpo: la policía, el perito, el Ejército. Manosean tu historia, tu memoria y tu dignidad.

 Construyen narrativas que te revictimizan o te culpan. Si eres familia, te toca el dolor, la especulación y la soledad.

 No importa el color del partido: serás morbo y botín.

 Siempre.

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