No es fácil asimilar el impacto que supone que la supernova, que fue en su momento Estados Unidos, se convierta en una enana amarilla. Dicho de otra manera, la superpotencia triunfadora de la guerra fría constata que ya no puede hacer que el sistema internacional se oriente en función de sus valores y menos todavía, de su estricto interés soberano.

Me explico. El orden liberal hoy se ve cuestionado por potencias iliberales, como China, que muestran una eficiencia económica y tecnológica insospechada. No tienen por qué aceptar un mundo liderado por Estados Unidos y menos con una lógica de “matón proteccionista”, como la que Donald Trump ha impuesto. Estos límites los está reconociendo por la vía de los hechos. Hay algunas señales de que el orden internacional propenda a un sistema de “concierto de potencias regionales” para repartirse zonas de influencia. Eso abre la puerta para que China y ahora más claramente Rusia hagan lo que les dé su regalada gana y Estados Unidos sea su chambelán. Sólo falta que el Santo Patrón de Crimea sea San Donald. Estados Unidos, al convertirse en una superpotencia declinante, empieza a razonar como Estado nación clásico, westfaliano, volviendo a métodos agresivos de maximización de su interés nacional, descuidando la esencia de una superpotencia que tiene intereses en todo el mundo, la capacidad para respaldarlos y acoplarlos con los nacionales.

Esta nueva realidad lleva a Trump a recalibrar sus alianzas. Se le ve molesto, incómodo con la situación que priva con sus aliados europeos y no pierde ocasión de decir que son maltratados. Con América del Norte sucede algo similar. Ha decidido mantener los aranceles en acero, aluminio y automotriz y es probable que afecte a la mitad de las exportaciones mexicanas. Por otro lado, mantiene una retórica agresiva en contra de México, como si fuese su socio y al mismo tiempo su enemigo interno y eso haríamos bien en entenderlo mejor. Cuando la potencia regional siente que su entorno no es seguro tiende a desarrollar, como lo está haciendo Rusia, actitudes agresivas y francamente imperialistas.

Estados Unidos había mantenido una relación especial con México bajo la premisa de un orden internacional, en el cual la superpotencia asumía una perspectiva planetaria y en consecuencia, los pecadillos que pudiese cometer México tendrían que ser pasados por alto porque había un bien superior. Un ejemplo. Durante muchos años en México, el tráfico de drogas fue controlado por agencias del Estado y la potencia veía para el otro lado, porque lo importante era la contención del comunismo, hasta que en los 80 reventó el modelo. En este contexto reconoce que no puede doblegar a China, sino convivir con ella, los enemigos internos se convierten en un irritante mayor, como en su momento el tema de las drogas puso en grave tensión la relación bilateral de los 80.

Hoy está claro que ni el nearshoring ni el T-MEC son su primera prioridad y que migración y seguridad pesan más en la forma en que México es percibido. Ya no es el socio al que le perdonas algunas faltitas por aquello del bien superior. Estamos en el centro del escrutinio de una potencia que se achica y quiere recalibrar sus alianzas con esa lógica. Ya no la de la supernova, cuya luz irradia al mundo, sino de una potencia cansada y cascarrabias, que se siente maltratada e incomprendida, como el refunfuñón de las comedias de Molière que se siente esquilmado.

Me parece que hay que empezar a leer en ese pentagrama de la potencia declinante y no seguir suponiendo que la interdependencia económica (importantísima) va a condicionarlo todo para siempre.

Analista. @leonardocurzio

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