Entiendo que al gobierno mexicano le preocupe el ascenso de la derecha en América Latina. Sus socios (en el campo democrático) coleccionan derrotas y escándalos, como lo demuestra el gobierno de Xiomara Castro, en Honduras. También han visto cómo el “correísmo” en Ecuador pierde terreno. Evo Morales, a quien quisieron elevar a la categoría de héroe a la altura del arte, ha resultado ser un político oportunista y desconsiderado. Arce Catacora es procesado. Castillo, un golpista ineficaz y patético. Petro, cada vez menos consistente en su proceder, es el mejor pasaporte para desalojar a la izquierda de Nariño. Los socios en el campo no democrático ya no dan el tono epopéyico de otros tiempos y son cada vez más pesados de cargar. El costo por mantener una cercanía con la Venezuela de Maduro es cada vez más cuestionado y el Nobel de Machado eleva esos costos. La titularidad de un cubanoamericano en el Departamento de Estado (Rubio) hace cada vez más difícil que México siga jugando a que los gobiernos autoritarios son malos cuando propenden a la derecha.
Se entiende bien que ante tal panorama Sheinbaum proponga una reflexión, aunque asegura que la debacle de sus socios ideológicos no ocurrirá aquí. Esta reflexión sobre la “brevedad de la vida” la deberían hacer pronto, pues las contradicciones son cada día más chillonas. El movimiento actúa, como decía Toynbee sobre las civilizaciones, con el síndrome de inmortalidad. Actúan como si nunca se fuesen a ir. Suprimen órganos de transparencia, quieren modificar el INE para asegurar sus posiciones y cada vez les cuesta más entender que los pueblos se cansan de tanta demagogia. Eso de “no mentir y no robar” ya es motivo de escarnio. Los mecanismos de control de este gobierno son tan despreciables como los de Gamboa Pascoe. Acabarán, si no enmiendan, como ellos, repudiados. Todo tiene un límite y si el poder no se autocontiene, la gente tarde o temprano lo hará.
Ahora les asusta el fantasma de la extrema derecha. Advertíamos hace tiempo de la deriva de los partidos de derecha hacia posiciones extremas. Comentamos cómo en España la demagogia de Podemos y los independentistas catalanes alimentaron a ese monstruo que es Vox. En Estados Unidos, los excesos multiculturalistas y una corrección política que se apoderó de las universidades, fue alimentando, entre otras cosas, al trumpismo. La marrullería del peronismo es la madre de Milei. Las derechas de Fraga en España, de McCain en Estados Unidos o de Alfonsín en Argentina hoy son historia. Hay un corrimiento a los extremos.
En AL los gobiernos de izquierda han radicalizado el lenguaje, universalizado los derechos y las dádivas, desentendiéndose del crecimiento económico y el mérito escolar. No ayuda en nada esta lectura revisionista de la historia que intenta ubicar a Occidente como la fuente de todos los males y a los pueblos originarios como el non plus ultra. Es tan absurdo el planteamiento que fomenta radicalización opuesta, el famoso péndulo.
Los excesos de la izquierda son como los gastos en tarjeta de crédito: algún día se pagan y los intereses suelen ser altos. Es una pena que en vez de tener gobiernos moderados y proclives al progreso, sigamos con esos demagogos concentradores de poder, que modifican las reglas para su provecho y creen que en el plazo de un sexenio pueden cambiar al mundo. El mundo cambia, pero no siempre en el sentido que se espera y tantos años de demagogia han alimentado al fantasma de la extrema derecha que ahora está de regreso.
¡Feliz Navidad!
Analista. @leonardocurzio

