La política mexicana hace mucho ruido y resuelve pocas cosas. Este gobierno ha mostrado eficacia en recaudar y repartir dinero, pero su incapacidad para proveer servicios públicos y edificar infraestructura ya es un cuello de botella. Más que un destapador de corcholatas, se necesita un jefe de la administración pública que ayude a destapar la cañería. En todas las mesas económicas se dice que el país podría beneficiarse más del nearshoring si tuviéramos una infraestructura adecuada. No hay suficiente energía limpia por los zigzagueos del gobierno en materia eléctrica. Algo similar ha ocurrido con la aeronáutica civil: la impericia nos ha llevado a una saturación que el gobierno intenta atajar con un decreto que reduce, una vez más, los vuelos del AICM.
La solución adoptada por la autoridad la coloca en una situación lastimosa. Vamos a tener que reducir la frecuencia de los vuelos porque no cabemos, que es tanto como decir que vamos a limitar los viajes de los capitalinos porque no cabemos en el Periférico. Ni toda la popularidad presidencial, ni el aplauso de los porristas que viajaban y posteaban sus grandes experiencias en el AIFA, pueden ocultar que la capacidad aeronáutica de la capital se ha reducido y que ahora el gobierno plantea reducirla más, por la simple y sencilla razón de que aquello que los expertos le dijeron era cierto: Texcoco era mejor opción y Santa Lucía estaba destinado a ser una solución en el muy largo plazo. Hoy por hoy, merced a una decisión de AMLO, la CDMX recibirá menos vuelos pues no tiene la infraestructura para atenderlos.
Con menos impacto en la opinión pública tenemos también la crisis hídrica. La inversión de Tesla, por ejemplo, estuvo en la cuerda floja por la grave crisis de la zona metropolitana de Monterrey. Hay una inversión que, en efecto, se va a canalizar a obras para desescalar esa crisis, pero sigue faltando una política nacional en la materia. Conagua no ha tenido el desarrollo institucional que debería jugar en un país semidesértico y es muy raro que en el debate público el tema figure con alguna relevancia. La crisis la tenemos a la vuelta de la esquina.
Lo mismo ocurre con el ordenamiento territorial; las ciudades crecen sin orden ni infraestructura. De hecho, si hubiese que buscar una ley general para explicar la diferencia entre un país desarrollado y un subdesarrollado, es que los primeros conviven (incluso estéticamente) con sus cuerpos de agua y tienen ciudades ordenadas. Aquí los ríos son un vertedero y los lagos están en vías de extinción; las ciudades son un desorden territorial que recuerdan villorrios de la baja Edad Media y no ciudades renacentistas.
Una prioridad insoslayable es edificar un Instituto de la Infraestructura, técnicamente solvente y con un mandato y presupuestos suficientes, que planifique la infraestructura que este país requiere y no vivamos a expensas de los manotazos presidenciales que, ya está visto, no funcionaron ahora y no funcionarán en el futuro. Requerimos también un órgano técnico que ordene territorialmente las ciudades y desde esa realidad implementar políticas sensatas de movilidad para que el ciudadano promedio no tenga que pasar un tercio de su vida en el transporte público.
La tragedia nacional es que quienes compiten por el poder, cuando llegan al mismo, siguen compitiendo, fulminando así el ciclo virtuoso de la democracia: un tiempo para competir y otro para gobernar y edificar instituciones funcionales que le den alas al país, no lo embocen.