Hemos tenido en México la visita del presidente francés. Los contenidos específicos de su presencia en el país han sido ampliamente referidos en la cobertura que los colegas han hecho. México comparte con Francia muchas tradiciones en el ámbito multilateral y entre ambos países ha habido históricamente una sintonía en la lectura de los grandes temas de nuestro tiempo. Fue una visita con gestos de cordialidad y una voluntad de acercamiento. Pero hay una dimensión del presidente francés que me parece particularmente atractiva y digna de una mayor atención en el debate público.
El inquilino del Elíseo ha puesto un énfasis muy particular en la forma en que las redes sociales empobrecen la deliberación pública y, por esa vía, debilitan la democracia. Sus alocuciones sobre el tema son particularmente ricas, porque demuestra cómo se envuelve el espacio público con muchísimas cuentas anónimas y robotizadas. Se empobrece el debate público cuando instrumentos que han sido concebidos para mandar publicidad personalizada, se usan para informarnos y debatir. Las redes sociales y las plataformas en las que transcurre buena parte de la vida política moderna, deforman severamente nuestros propósitos y limitan nuestra capacidad de estar informados, pues tienden a encerrarnos en círculos de conformidad crecientes y en una ignorancia patológica de todo aquello que no está en nuestra lectura inmediata. Nos estamos empobreciendo como ciudadanos y eso debilita nuestras democracias.
El segundo punto que me parece relevante es que Macron ha hecho el ejercicio más importante de comunicación política y rendición de cuentas que un presidente democrático haya hecho en los últimos tiempos. La mayor parte de los líderes políticos mundiales se mueven en espacios de comunicación controlados. Van a conferencias de prensa con objetos limitados y en el caso de México tenemos la particularidad de una mañanera, en la cual la mayor parte de los que preguntan son comparsas del gobierno y formulan preguntas a modo. Usualmente la presidenta tiene un amplio espacio para posponer respuestas, sin que esto tenga un mayor costo político, porque finalmente el nivel de exigencia para tener respuestas inmediatas se ha reducido de manera notable. Cambia mucho la situación cuando los presidentes se someten a interrogatorios de periodistas profesionales en formatos más clásicos. Lo acabamos de ver con la magnífica entrevista de O'Donnell de 60 minutos a Trump, o la que hizo tiempo atrás Pepa Bueno a Pedro Sánchez. Pero lo que realizó Macron hace algunos meses supera con amplitud lo hecho por otros líderes democráticos. Se sometió a un interrogatorio puntual, con intervenciones muy directas y nada complacientes del público, dialogó sin rodeos con interlocutores bien informados y con un ánimo confrontador en el que no solamente no perdió el equilibrio argumental, sino que logró explicar cuáles son los desafíos para el último tramo de su mandato.
Entiendo perfectamente que no todos los presidentes tienen las habilidades mentales y argumentativas del francés, pero creo que sería un buen formato a explorar en estos tiempos en los que los presidentes no se someten a los controles del Legislativo con tanta frecuencia. En mi opinión, eso es rendir cuentas y retomando el tema de la dispersión generada por las redes sociales, es una posibilidad de recentralizar el discurso del gobierno con argumentos y cifras, no sólo con propagada y frases hechas, y a partir de ahí discutir las distintas opciones que se le abren al país, no a través de posteos episódicos y discontinuos que lo único que hacen es reflejar un efímero estado de ánimo y una deliberación cada vez más anémica.

