En los últimos días (y por razones obvias) se ha incentivado una interesante discusión sobre el perfil que debe tener el próximo embajador (a) de México en Estados Unidos, o si es viable mantener a Esteban Moctezuma en esa función. Naturalmente los embajadores son resultado de una combinación de prioridades políticas o compromisos personales de la presidenta y el contexto en el que tienen que desempeñar su función. No todos los perfiles son idóneos para todos los contextos y no todos los contextos son favorables para los mejores perfiles. Moctezuma cumplió con ser el embajador ante Biden y satisfizo el vacío que López Obrador (en uno más de sus ruinosos cálculos de política exterior) hizo en el relevo de la Casa Blanca en 2020. Mandó a uno de sus secretarios (Moctezuma) y con ello redujo esa sensación de descortesía y frialdad que su tardanza en reconocer el triunfo de Biden generó.

En este nuevo contexto no ha ocurrido nada similar y por tanto lo que procede es que dos nuevos gobiernos intercambien embajadores. Estados Unidos ya lo ha hecho, mandó a un coronel en retiro y su prioridad es la seguridad. Veremos qué mensaje manda Sheimbaum.

Mi impresión es que los temas más importantes de la relación bilateral, que son los económico-comerciales, los de seguridad y el entendimiento político, van a llevarse de capital a capital. En otras palabras, no será necesario, como en otros momentos de la historia, que el embajador se ocupe de los mismos. El diálogo político y la perspectiva amplia del papel de México en el mundo la llevará Juan Ramón de la Fuente, quien ya ha tenido un primer contacto con Marco Rubio. Los temas económicos y comerciales, incluidos los eventuales aranceles y la revisión del TMEC, serán atendidos por la Secretaría de Economía que encabeza Marcelo Ebrard. Y el tema de seguridad tendrá probablemente una particularidad y no se haga entre DC y DF (como se decía antes), sino que se trate directamente en Ciudad de México a través del embajador Johnson y Omar García Harfuch, en un esquema parecido al que estableció Carlos Pascual en la época de Felipe Calderón.

La distancia política que hay con Trump hace poco probable que tengamos un embajador con acceso a las altas esferas, como ocurrió con Arturo Sarukhán en la etapa de Obama. Existen versiones de que Bernardo Gómez, quien tiene acceso a la cúpula del poder en los dos países, pudiese cumplir esa función. Sin embargo, parece poco probable (aún para el hiperpragmatismo de Morena) proponer un embajador ligado a Televisa, por bien conectado que esté. Además, me parece poco probable que un personaje tan poderoso en el ámbito privado se sometiera a la disciplina y restricciones de una burocracia jerarquizada. Podrían optar por un profesional como Ruiz Cabañas o un perfil diferente, pero ya inserto en la dinámica binacional ¿Velasco?; en todo caso el embajador (que también podría ser un empresario ¿Romo? o algún político cercano a Claudia ¿Lázaro? ¿Tatiana?) debe aportar garantías de establecer una red de contactos con la diáspora y actores políticos en los Estados Unidos, como lo empezó a ser Miguel Basáñez en su momento. Un potenciador de la diplomacia pública y la activación de amigos. México necesita aliados en los Estados Unidos, gente que hable en favor de la causa mexicana y atempere esta retórica estridente que nos ubica en la condición de “país problema” y no del aliado funcional que en realidad somos. Ya veremos.

Analista. @leonardocurzio

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