La sacudida externa es fenomenal. Lo que ha hecho Trump es cambiar las reglas del sistema de comercio internacional, que probablemente no sean duraderas por la enorme inconsistencia con que han sido formuladas, pero en el corto plazo definirán muchas decisiones económicas. México y Canadá, suscriptores del T-MEC, han sido preservados de los aranceles compensatorios que ha dispuesto la administración americana, incluso a las islas pobladas por pingüinos. Anatole France estaría encantado de oír la anécdota.

Pero se conservaron los aranceles que afectan ese complicado triángulo que tenemos con los vecinos del norte y China. Estos nos sacan de la modorra en la que el sexenio de López Obrador se instaló con aquello de que la seguridad era un asunto superado. Estamos en el banquillo de los acusados y si nos portamos bien nos podrían reducir el arancel a la mitad. Omito hacer una crítica ácida al gobierno de México porque finalmente Estados Unidos está lesionando a socios, ricos y poderosos, como Japón y Europa. Fue una paliza urbi et orbi.

Lo que sí hemos conseguido (merced a la reforma neoliberal más trascendente que este país ha tenido, que es su apertura comercial) es conservar una parte de nuestra importancia en el mercado norteamericano. Sin embargo, las alarmas han sonado y queda claro que la estrategia económica debe ser revisada para fortalecer más su mercado interno y revisar en dos planos cómo podemos prepararnos mejor para lo que viene.

1. El plano microeconómico, que implica una reforma de las empresas y los proveedores. Podemos cantar “cielito lindo” y entusiasmarnos con el “hecho en México”, pero la experiencia general es que los proveedores suelen ser menos competentes que los extranjeros. Pongo un ejemplo de andar por casa. Intente comprar una camisa en México y compare la experiencia de hacerlo en casi cualquier país asiático. Es difícil encontrar una talla o sastre que se la entregue en un tiempo razonable. En Vietnam o Tailandia se recibe en cuestión de horas a su total satisfacción.

2. El papel del Estado. Tenemos un Estado que cuesta mucho y produce poco y que estorba a la economía por su esencia regulatoria y su tamaño. Se mete en más actividades de las que debería y espero que desistan de tener un brazo constructor que sólo va a generar contratos para financiar campañas. Sus empresas son ruinosas y cada vez consume más dinero del contribuyente. Además, tenemos instituciones de bajísima calidad. La administración pública es una agencia de colocación de políticos, no un ente profesional que resuelva problemas.

La última es que nos den tregua a su movilización permanente y se pongan a gobernar con instituciones estables. Estar cambiando modelos energéticos, poderes judiciales, órganos autónomos y un ir y venir patético de la reforma del ISSSTE no ayuda en nada a concentrarse en lo importante. Están más enfocados en el diseño político para garantizar rentas y su permanencia en el poder, que por resolver los problemas del país en el mediano plazo.

A la mayoría este modelo no le molesta, porque según la última encuesta de Lorena Becerra, Morena ganaría con el 55% si hubiese elecciones ahora, lo cual es un buen dato para el ánimo de las mayorías que están contentas con lo que hay, pero es malo para el país porque significa quedarnos como estamos: en el eterno y melifluo subdesarrollo. Pero con pequeñas rentas para las clases populares y grandes rentas y canonjías para los contratistas del gobierno y sus socios, que ahora podrán despacharse con la cuchara grande con la sustitución de importaciones y las nuevas leyes de compras.

Analista. @leonardocurzio

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