Es interesante preguntarse, ¿por qué una maquinaria tan eficiente (como la mayoría de la cuarta transformación) pudo llevar adelante, sin mover una coma, un conjunto de reformas constitucionales dictadas por el anterior presidente y, en cambio, se dividen en un asunto de principios como el desafuero de Blanco?

Es contrastante que hayan aprobado la desintegración de un poder del Estado y varios organismos autónomos que tutelaban derechos constitucionales tan relevantes (como el acceso a la información) sin pestañear y, en cambio, se les vea tan creativos en retrasar los efectos de la, por cierto, muy desencaminada, reforma del nepotismo.

También sorprende que estén tardando tanto en aprobar reformas a la legislación secundaria en materia de seguridad que, según explicaba Javier Tejado, son de una enorme trascendencia y están particularmente bien confeccionadas. Las reformas contenidas en el Plan C se aprobaron en contra del parecer, no sólo de los estudiosos, sino de la comunidad internacional. Queda para el registro la opinión de la relatora de la ONU y de varios expertos más que pusieron de relieve las debilidades del modelo. Está también el dicho de nuestros socios comerciales, en el sentido de que la reforma al Poder Judicial pone en grave riesgo el modelo de integración regional, ahora también amenazado por los aranceles de Trump.

El contraste es chillón, porque ahí donde se esperaba que la autonomía intelectual de los legisladores permitiese algún espacio de resistencia, decidieron callar, incluso incorporar a varios vendidos, como Miguel Angel Yunes y Cynthia López, a sus filas y votar esa reforma; y ahora tenemos un patrón de voto libre para retrasar y proteger a los propios.

Admirable es que un grupo de diputadas haya dicho que se negaba a pasar por el tubo de la disciplina, ante un tema que es muy difícil digerir desde la perspectiva mínima de la decencia. Pero lo inevitable es preguntarse si ¿la libertad de voto viene solamente en los tiempos de Claudia? En cambio, en todos los preceptos y reformas dictados por López Obrador caminaban todos derechitos.

La bancada refleja tensiones y fracturas que sólo los más entusiastas intentan ocultar. La pregunta es ¿cuánto tiempo puedes mantener una fracción mayoritaria con capacidad de reforma constitucional, sin una guía clara para orientar al país a una senda de reconciliación y progreso?

Si con sus reformas constitucionales lograron fracturar la idea de la Constitución como proyecto nacional y convertirlo en un proyecto político ideológico, hoy con las fracturas de su propia bancada queda claro que el partido hegemónico se divide entre un piso mínimo de ética pública y de decencia, es decir, no defender lo indefendible y la convulsa realidad del país. Según todas las previsiones de prácticamente todos los observadores de la economía, tendremos entre 2025 y 2028 un trienio de movimiento inercial, eso en el mejor de los casos. Las mayorías calificadas sirven para hacer grandes transformaciones, o en algunos casos, regresiones. Pero en México parece que tenemos una supermayoría disfuncional que sólo opera con la línea que fue durante años la vitamina política del sistema de partido hegemónico. Les falta creatividad política y autonomía para que esa mayoría entregue buenos resultados al pueblo de México, hasta ahora lo que han hecho mejor es repartir dinero y con ironía digo que hasta yo sería buen político si de lo que se trata es de gastar dinero de los contribuyentes.

Analista. @leonardocurzio

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