Al gobierno le gusta repetir que se ha dado una Revolución de las conciencias. Asume (el oficialismo) que ha crecido la politización y se ha elevado el nivel de información de la gente por los efectos “esclarecedores” de la mañanera. Pero en abierta contradicción promueve la tutela política de los ciudadanos (descaradamente desplegada en las elecciones judiciales) y la compra de lealtades a través de las ayudas gubernamentales. El resultado es una cultura política residual y dependiente.
Por otro lado, está la postura de Ricardo Salinas convocando a la batalla de las ideas. Ante la ausencia de una oposición que desafíe la hegemonía cultural que preconiza Morena, el empresario propone colocar en el centro de la transformación la libertad del individuo de labrarse su propio destino y reitera (fórmula redonda) que “estamos como estamos, porque somos como somos”.
Es interesante constatar que, en efecto, México ha experimentado en los últimos años un cambio de cultura política que han detectado De la Riva y Troncoso en su último libro (“México rifado”) cuya lectura, naturalmente, recomiendo muchísimo. En 2013 identificaron una generación de jóvenes a los que llamaron “el México rifado”, que tenía esta capacidad de pensar cosas nuevas, que creía en la democracia y el emprendedurismo, en la capacidad, en suma, de ser el artífice de su proyecto de vida.
Los autores trabajan con códigos que detectan y permiten clasificar los cambios de actitud de la población y su relación con el presente, pasado y futuro que midieron por primera vez en 2012 y ahora nos presentan el comparativo 2024. Introducen, además, elementos de un panel de semiólogos que permite identificar cómo se percibe México y sus marcas en el extranjero. Una línea dominante de los semiólogos extranjeros es que México está instalado en 1980 y en lo político parece que las imágenes generales están dominadas por el material gráfico del siglo XX. En el extranjero se percibe la imagen estancada que proyectamos como si fuera un país que se durmió en sus laureles. Seguimos exprimiendo la naranja jugosa de Frida Kahlo, el exilio español y las grandes obras de los 60 (Museo de Antropología, Estadio Azteca).
Pero el cambio más importante es la actitud de los mexicanos que los autores clasifican en tres categorías: residual, dominante o emergente. Los números son impactantes. Los compatriotas ubicados en la categoría residual, es decir, aquellos que sienten que el gobierno debe resolverles su existencia y tienen una actitud nostálgica, pasa de 13% al 34%. Valoran el apapacho porque se sienten víctimas de un mundo inicuo e incierto. Sus códigos no son el mérito y la superación, sino una sensibilidad genérica hacia la justicia social. Tenemos, pues, una Revolución de las conciencias pero en sentido regresivo, no en el sentido emergente de asumir la existencia como un proyecto propio, como es el caso de los emergentes.
Es interesante constatar que los emergentes se mantienen en 1/5 parte de la población; en 2013 eran el 20% y en el 2024 el 22%. Hay, pues, un segmento receptivo a la idea de abrazar códigos diferentes, como los que propone Ricardo Salinas. Los segmentos residuales representan la fuerza de la gravedad y de la tradición y les reconforta la esperanza del ayer, la del partido hegemónico que asume el destino de sus vidas. La propuesta es arar el porvenir con viejos bueyes. La otra es dar la batalla de las ideas por crear un país diferente y arriesgar. Si fuese futbol, el marcador estaría 34 a 22.
Analista. @leonardocurzio