El sistema de partidos corre, a rienda suelta, a su desprestigio total. Morena es una agencia de colocación de candidatos, una estructura al servicio del gobierno. Es, sin embargo, según la encuesta de Buendía y Laredo, el partido con mayor intención de voto (45%) y un balance de opinión muy positivo (42%). Sus partidos satélite ya no tienen mucho que ofrecer; ni su tono zalamero ni su astucia presupuestal sorprenden. El Verde tiene 4% de intención y el PT 3%; su balance de opiniones es -6% y 3%, respectivamente. La coalición tiene, en resumen, el 52% de la intención de voto.

La hegemonía de Morena se consolida en un ecosistema cada vez más fragmentado y menos saludable; ya vimos el cierre de la Permanente. No hay nada que Alejandro Moreno pueda ofrecer (en términos de reconstrucción del país) que no haya dicho ya. Su partido tiene más negativos que nunca ¡-54%! y su intención de voto está en 8%. No hay, tampoco, nada que Jorge Romero pueda agregar a su disminuida credibilidad. El balance de opiniones del PAN está en terreno negativo (-41%) y un escuálido 11% de intención de voto. Los naranjas oscilan entre tesis innovadoras y el oportunismo más ramplón (ya vimos su voto en la ratificación de embajadores), traen 8% de intención y un balance de opiniones en números rojos (-5%). Mejor potencial de crecimiento, pero nada que entusiasme.

El país ha visto cómo la nueva mayoría (artificial y mañosamente forjada) avanza hacia el verticalismo, sin que las minorías lo puedan evitar. La oposición no ha podido hacer nada, salvo lamentarse por perder (por unas lentejas) a algunos de sus legisladores para engordar a la mayoría calificada. Los liderazgos partidistas actuales son la mejor garantía que tiene Morena de perpetuarse en el poder.

Hoy, lunes, empieza el control político de la SCJN y la Legislatura arranca bajo el ominoso signo de la intrascendencia. La Reforma Electoral la discutieron la semana pasada en Segob, el INE y la Comisión que preside Pablo Gómez. El Legislativo no fue requerido.

Entiendo, en este contexto, la sorpresa que generó la entrevista de Ricardo Salinas, quien, sin anticipar abiertamente su candidatura, dejó caer que si no hay una reacción que contenga la deriva autoritaria, podría lanzarse a la Presidencia. Hay que analizar sus implicaciones. Una candidatura como la suya provee un liderazgo definido. La representación empresarial en México ha decidido desempeñar una función de gestoría y mediación, mucho más que forjar un discurso alternativo al creciente estatismo y el abandono de la agenda de productividad y las libertades.

El de Ricardo Salinas (y su batalla de las ideas) es un discurso en vías de perfeccionarse para ser funcional en la pista electoral, pero tiene un tono libertario y proempresarial. Con un protocandidato con esa fortaleza se puede cambiar la correlación de fuerzas y activar el debate en caso de que la oposición persista en su función residual y sus liderazgos se aferren a sus huesos. De entrada, los pone ante el dilema de dejar el discurso plañidero y presentar candidaturas creíbles para evitar la reproducción de la mayoría calificada en 2027 y disputar parte importante del poder territorial que está en juego. Un precandidato como Ricardo Salinas es la constatación de que la oposición no puede seguir en esa ruta (si lo que se busca es reequilibrar el sistema político y reducir la concentración de poder) y además es el primer liderazgo, con el potencial de ser realmente competitivo, que levanta la mano y la voz en este sexenio.

Analista. @leonardocurzio

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