La deidad tutelar del Gianicolo, en Roma, tiene dos caras. La situación actual del gobierno parece adaptarse a esa imagen. Por un lado, delinea un plan ambicioso que aspira a un potente crecimiento económico y perfila una saludable apertura de los mercados. Cierra negociaciones con la Unión Europea para poner al día el Acuerdo Global al tiempo que apuesta decididamente por la integración con América del Norte. Todo ello es consonante con el proyecto estratégico que este país ha venido edificando desde los 90.
La defensa del libre comercio que hace Sheinbaum es muy parecida, en su estructura y en sus énfasis, a los gobiernos anteriores. Las aspiraciones de crecimiento y competitividad de nuestra economía dan continuidad a los empeños de décadas pasadas, que parecían relegadas al desván por los afanes de la 4T de sacarnos de esa pista de la competitividad tan valorada en foros como Davos.
Las metas del Plan son ambiciosas; los empeños muy dignos de un país adicto al entusiasmo y a las pruebas desafiantes. Cerrar un largo paréntesis con Europa es una buena señal que combina diversificación y aceptación de los valores democráticos. El mensaje es oportuno en la coyuntura de la llegada de Trump y su narrativa proteccionista porque, a pesar de la enorme dependencia de México del mercado americano, no estamos solos. Creo que es un mensaje oportuno y correcto.
Es, sin embargo, probable que tan loables empeños, como los que se establecen en el Plan, no se coronen con el éxito. La razón principal es que el ambiente está cargado de energía negativa. Una energía que consigue distraernos del propósito fundamental que es crecer. Lo curioso es que es un golpe autoinfligido.
Empiezo por la forma en que el país se proyecta políticamente en el hemisferio. Resulta contrastante que, por un lado, aspiremos a ser el socio norteamericano y refrendemos nuestra cercanía con la UE y sus valores, y de manera simultánea sigamos apoyando (de forma si se quiere pasiva) un régimen desprovisto de legitimidad como el de Maduro. Me parece inconsistente que la proyección de intereses económicos no sea consistente con la proyección de posturas políticas en temas tan sensibles.
Pero, si por una concesión ideológica, o un cálculo político se apoya a Maduro o se da petróleo a Cuba, me resulta todavía más desconcertante seguir con una reforma institucional que nos lleva al despeñadero. En mi concepto, no hablar de los problemas no reduce su gravedad. Si la atención mayoritaria ha relegado la reforma judicial, eso no le quita su peligrosidad. Lo mismo cabe decir de la extinción de los órganos autónomos que ya ha quedado claro que no son un lastre presupuestal. Están tomando decisiones mal cocidas y cosidas que ponen en riesgo la integración norteamericana en todo su potencial y por consiguiente privan a México de aprovechar a plenitud sus relaciones estratégicas.
No es fácil dar marcha atrás, en el contexto político actual, a reformas que fueron dictadas desde el escritorio del anterior presidente, que sigue cumpliendo una función de liderazgo silente, pero potente. Queda cada vez más claro al propio gobierno de la República que esas reformas constitucionales son un freno, no un acicate. Con su mayoría podrían hacer cosas positivas que desencadenarán prosperidad y oportunidades, como un gran acuerdo nacional para ampliar la recaudación sin que una eventual reforma se viese como imposición. Con una cuota de poder como la que tienen podrían avanzar mucho más, pero cuando el poder se usa para venganzas no ayuda a que los objetivos nacionales se consigan con mayor facilidad.
Analista. @leonardocurzio