La propuesta de reforma electoral es un autoengaño. La mayoría de Morena y aliados no necesitaría cambiar las reglas si quisiera, de verdad, cambiar las cosas; bastaría con que modificara su conducta e incentivara nuevas actitudes. Con su apabullante mayoría la coalición gobernante podría ir sentando precedentes, acciones ejemplares para materializar lo que ellos llaman la “revolución de las conciencias”. Hasta ahora no lo ha hecho.
Empiezo por el tema de la reelección inmediata que, por cierto, no implica ninguna novedad; durante años así funcionó el sistema de partido hegemónico. La medida (bien se sabe por la experiencia de décadas) busca minar la autonomía de los legisladores para favorecer su disciplina y docilidad y así poder controlarlos desde sus oficinas centrales. El PRI se resistió durante años a cambiar este mecanismo y ahora Morena propone restaurarlo para favorecer precisamente que los legisladores sean una correa de transmisión de las instrucciones presidenciales. Bastaría con que ellos mismos decidieran, como un principio interno, establecer otros mecanismos de selección de candidatos y así evitar que los legisladores acumulen poder en una misma silla. La historia nos enseña que, de todas maneras, la reelección cruzada, es decir, ir de una cámara a la otra, no les quita poder a los políticos de las burbujas; lo único que hacen es cambiar de cámara, como se comprueba con los Monreal, los Beltrones, los Creel y muchos otros apellidos que en los últimos años han saltado de una Asamblea a otra.
El segundo pilar recomienda terminar con el nepotismo. Tiene algo de sardónico que lo propongan, pues en la izquierda morenista es muy fácil identificar familias políticas. En Guerrero, la gobernadora es hija del senador; el secretario del partido es hijo del expresidente; la fiscal de la capital es hermana de la presidenta del partido y ambas son hijas de la poderosa Bertha Luján. Hoy en Morena están muchos apellidos ilustres como los Encinas, los Torruco, los Murat, que tienen varias generaciones de hacer política. No es del todo censurable que haya continuidad familiar en una profesión, pero no creo que haga falta meter a la ley lo que ellos mismos podrían hacer, en un ejercicio de autocontención, que es evitar efectivamente esta práctica tan extendida.
Y tercero, el tema del dinero. Aquí, el chiste se cuenta solo: el partido del “cash” propone reducir los costos. La idea, en abstracto, me parece saludable, pero claramente es como decir que Donald Trump es respetuoso de la legalidad y defensor del multilateralismo. No es creíble que un partido que se salta a la torera sus propias leyes y normas para elecciones internas quiera llevar a la ley electoral normas que bastaría con que ellos mismos las aplicaran en su vida cotidiana para que el país lo notara y se sentara el precedente. Las elecciones se siguen ganando con dinero, como quedó demostrado en el 2024. Por lo tanto, que el partido del derroche proponga pasar a la austeridad monacal suena más a un intento de dejar sin recursos a la oposición, ya muy menguada, que verdaderamente servir de modelo de virtud republicana.
Cuando se tiene el poder y las condiciones de cambiar la Constitución a su antojo, la enmienda más creíble es aquella que se deriva de su propio comportamiento y ejemplaridad. Hoy por hoy está claro que Morena no cree ni en la circulación de las élites ni en romper con los clanes familiares; mucho menos dejar de gastar dinero y rendir cuentas. El éxito de Morena se mide en gran medida por el dinero del que dispone y visiblemente gasta y del que informa tarde y mal.
Analista. @leonardocurzio