El oficialismo vive dos dilemas. Uno de tiempos, el otro de palabras. El primero se asemeja a las cuitas del repostero, quien sabe bien que el suflé tiene su punto preciso. Ni antes ni después. Si llega a su apogeo antes del ágape, todo será decadencia. Este riesgo lo enfrenta la candidata oficial quien consolidó en los últimos meses su cénit: portadas de revistas prestigiosas, asesores españoles, sospechosas votaciones en universidades, entrevistas (a modo) en inglés y una oleada de encuestas favorables, en algunos casos sin pudor. Por supuesto el irrestricto apoyo de AMLO y la narrativa de la imbatibilidad de Morena que sin embargo no logró la contundencia que esperaba en el Edomex y por lo tanto recordó la importancia de los socios. El diligente Escobar la postuló ipso facto como “protocandidata” del Verde para asegurar un Plan B. Ahora tendrá dos meses en los que la exigencia es que se ajuste a un piso parejo y a un presupuesto de 5 millones de pesos. Si gana las encuestas tendrá que mantenerse en un punto elevado durante casi un año. Los otros (desde Ebrard hasta Noroña) solo tienen espacio para mejorar. Veremos.
El segundo dilema es lo que van a decir (en este caso todos) en estos meses. Mientras los modernos filósofos políticos se devanan los sesos y se plantean desafíos estimulantes como la construcción de democracias anticipatorias, es decir estructuras capaces de garantizar a las nuevas generaciones el derecho al futuro, en México la coalición gobernante ha decidido que no hay nada que debatir. Todo está dicho. El Lord protector, que piensa todos los días en el bienestar de la gente, ha elaborado ya tratados sobre la economía moral y humanismo vernáculo que contienen (desde su perspectiva) lo que necesita el país en los años venideros. No tienen caso los debates. No hay nada interesante que decir después de las obras del gran transformador.
No importa que no se haya resuelto la trampa del crecimiento económico inercial. Tampoco la del ingreso medio. La productividad, estancada y la competitividad es diversa, como lo ha demostrado el IMCO. Las entidades mejor dotadas van a la cabeza y las más pobres siguen en la cola. En otras palabras, los de adelante corren más y los de atrás se rezagan. Las grandes fortunas gozan de cabal salud y posan sonrientes en las fotos. La mayoría sigue ganando menos de dos salarios mínimos. De 60 millones de trabajadores poco menos de 22 tienen cobertura de la Seguridad Social. Ese es el país que tenemos.
Lo último que debería hacer quien piensa gobernar es caer en la autocomplacencia que tan grata le resulta a AMLO, pues su legitimación depende de machacar que vamos “requete bien”. Con una oposición disfuncional, la izquierda (antaño insumisa) se limita a repetir los latiguillos de su amado líder.
A este país, empero, le urgen debates informados y propositivos sobre su inserción al mundo, cómo cambiar la trayectoria vital de millones que trabajan en condiciones precarias. Con una oposición narcotizada y una izquierda muda, es como si México fuese un gigantesco tianguis donde se venden soluciones para el aquí y el ahora y el desfogue de las turbulentas pasiones presentes. El futuro no es su responsabilidad, ganaron el presente y lo van a conservar a toda costa. Pero, atención, el coro de los mudos solo funciona con cuatro estrofas y el efecto suflé (estar listo antes de tiempo) suele ser una hoguera de las vanidades.
Analista. @leonardocurzio