Las elecciones del martes pasado en Estados Unidos han alterado el equilibrio de poder. Las lecciones son muchas. La primera es la conclusión inevitable de que el trumpismo se ha excedido en su regreso a la presidencia. El asalto contra las instituciones democráticas, la crueldad sistemática hacia diversos grupos y la obstinación con la política arancelaria punitiva le han valido al presidente de Estados Unidos una contundente reprobación. No hay coalición electoral que sobreviva a un gobierno inepto y cruel.
La segunda conclusión tiene que ver con el Partido Demócrata. Muchos habían decretado ya su inviabilidad. Era —y es— una demostración de ignorancia y miopía, no solo porque la política es cíclica (siempre y cuando existan condiciones democráticas mínimas), sino porque el partido de oposición en Estados Unidos cuenta con recursos y figuras suficientes para competir. El problema central de los demócratas era, eso sí, la falta de un mensaje coherente. Aquí también, Trump les ha hecho un favor a sus adversarios.
El costo de la vida ha subido a tal grado en Estados Unidos que los demócratas se han unificado alrededor de la noción de asequibilidad. Ya sea desde la vertiente socialista que representa el nuevo alcalde de Nueva York o, de manera mucho más significativa y numerosa, desde las distintas voces centristas del partido, la urgencia por encontrar políticas públicas que hagan la vida más asequible le ha dado nueva vida al Partido Demócrata.
La última gran lección —y esta es claramente digna de celebrarse— es la reacción del voto hispano. Después de 2024, cuando Donald Trump obtuvo un porcentaje histórico del voto latino (aunque no mayoritario, conviene aclararlo una vez más), no faltaron las voces que anunciaban un parteaguas hispano en favor del Partido Republicano. Algunos incluso sugirieron que, gracias a Trump, el electorado se encontraba a las puertas de un realineamiento racial y cultural.
Fue un muy mal pronóstico.
En las elecciones de la semana pasada, los latinos registraron porcentajes de votación notables a favor de los candidatos demócratas. No debería ser ninguna sorpresa. Los hispanos reaccionan naturalmente con la misma indignación ante el alto costo de la vida (en parte por eso castigaron a los demócratas en 2024). Se están comportando cada vez más como votantes estadounidenses, no únicamente como votantes latinos. Pero en esta ocasión hay otro factor que lo cambia todo.
La crueldad de Donald Trump y la complicidad aberrante de los legisladores republicanos en la persecución de la población inmigrante han colocado al gobierno en el sitio moral que le corresponde. Durante meses, los hispanos han sido testigos de cientos de imágenes, videos e historias de sus vecinos, colegas o familiares abusados, maltratados y expulsados sin miramientos del país. Esta campaña de terror ha provocado que los jóvenes hispanos —hijos o nietos de inmigrantes— salgan a las calles a defender a sus familias. Era cuestión de tiempo para que también salieran a las urnas.
Si Trump insiste, como parece que lo hará, en esta política de abuso y fractura de familias inmigrantes, el Partido Republicano podría enfrentar no solo la pérdida del apoyo que había cosechado en 2024, sino algo mucho más peligroso: una consolidación del voto latino en torno al Partido Demócrata. Y no se trata de que los demócratas lo merezcan. Durante años, en efecto, han dado por sentado el apoyo de los hispanos. Pero entre un partido que da por hecho tu respaldo y otro que encabeza una campaña de terror y persecución contra tus vecinos y familiares —a quienes agrede, persigue y repudia de manera cotidiana—, el destino del voto es evidente.
Los hispanos parecen haberle dicho a Donald Trump, y a todos aquellos que lo impulsaron a regresar a la Casa Blanca a sabiendas de que desataría esta persecución salvaje, que la crueldad no será tolerada. Cuesta trabajo pensar en una mejor noticia.
@LeonKrauze

