En este mundo impredecible, cada vez es más infrecuente la oportunidad de hacer una pausa y hablar de cosas distintas a la turbulencia política y a nuestros dolores cotidianos. Aprovecho la Semana Santa para una recomendación.
Acaba de aparecer la temporada más reciente de Black Mirror, la icónica serie de Netflix que reflexiona, generalmente en términos pesimistas, sobre las distintas caras de la tecnología en nuestras vidas. En esta nueva entrega, hay episodios que recogen ese tono sombrío. Uno en particular, llamado “Common People” (Gente común), reflexiona sobre lo que podría ocurrir una vez que la biotecnología ofrezca distintos niveles de acceso a servicios “premium”. ¿Qué pasará cuando solo quienes tengan recursos puedan acceder a vidas aumentadas, mejoradas por la tecnología? ¿Qué escenario enfrentarán aquellos que no solo quedarán superados por los humanos aumentados, sino que además deberán someterse a situaciones indignas solo para poder sobrevivir? Es un capítulo brutal, que desnuda el futuro del capitalismo y la intervención de la tecnología en nuestros cuerpos. Lo recomiendo.
Pero sobre todo le sugiero al lector que dedique una hora de su tiempo, en esta semana de descanso, a ver el que, para mí, es el mejor capítulo de esta temporada —y quizá de toda la serie—: “Eulogy”. Protagonizado por Paul Giamatti —quien, en su mejor versión, es un actor profundamente conmovedor—, el capítulo cuenta la historia de un hombre que ha pasado la vida amargado por el aparente abandono y traición de su novia de juventud. Al enterarse de su muerte, un dispositivo le permite ingresar a antiguas fotografías para recrear poco a poco lo ocurrido décadas atrás. El personaje puede caminar dentro de sus recuerdos, abrir las puertas de su memoria y reconstruir lo vivido. En este episodio, la tecnología es un catalizador vital que le permite desenmarañar malos entendidos y, poco a poco, enfrentarse con sus propios errores. La revelación final supone un momento devastador, pero también profundamente humano.
Como ocurre con lo mejor de Black Mirror, “Eulogy” deja una reflexión que permanece: ¿cuántas decisiones de nuestra vida se tomaron con información incompleta, desde un arranque de ira o por la ceguera de la juventud? ¿Qué haríamos distinto si, gracias a la tecnología o a alguna otra magia, pudiéramos revisar aquellas confrontaciones, esos rompimientos, esas heridas? Si descubriéramos nuestra miopía, ¿estaríamos dispuestos a reconocerla?
Pero la conclusión más importante es que, más allá de los recursos tecnológicos que ya existen o que imaginamos, la vida humana depende, al final, de nosotros mismos. No sé si alguna vez será posible delegar al lenguaje binario de las computadoras las decisiones centrales de nuestra vida. No sé si la inteligencia artificial podrá guiarnos a enamorarnos de la persona correcta, acercarnos al amigo más entrañable o ayudarnos a terminar una relación tóxica. Por ahora, esas decisiones son nuestras, y solo nuestras. Intuyo que nunca dejarán de serlo. La tecnología podrá ponernos enfrente un espejo, pero nuestros errores y nuestros aciertos siguen pasando por el corazón, el cerebro y los sentidos del ser humano.
Vea usted los ojos de Giamatti en la escena del chelo (no le arruino nada) y concluirá lo mismo: el amor y el dolor siguen siendo un dominio eminentemente humano. Para bien o para mal.
Feliz descanso, querido lector.
@LeonKrauze