Efectivamente, desde 1981, el 25 de noviembre se conmemora el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, en homenaje a las hermanas dominicanas Patria, Minerva y María Teresa Mirabal, asesinadas por el general Rafael Leónidas Trujillo en 1960.

La violencia que el dictador ejerció sobre ellas fue derivada de su participación en el Movimiento Revolucionario 14 de Junio, que luchaba contra el régimen autoritario. Sus maridos también eran miembros de la organización, sin embargo, el crimen se fraguó sólo sobre ellas. Primero las encarcelaron por atentar contra la seguridad del Estado dominicano y luego las liberaron para asesinarlas.

La violencia de género se ejerce para negar el derecho a ser, el ejercicio de la libertad, de la mujer. Pero la violencia política se ejerce para negar su libertad a la participación política. Por eso, una de las formas de violencia histórica más brutal es la negación de la existencia misma de la mujer en la política, como espacio de ejercicio del poder.

En México, se negó esa existencia a través de la tortura, de la cárcel disfrazada, de la negación de derechos políticos y, actualmente, a través de la difamación.

La historia de mujeres protagonistas en la construcción de la nación contiene numerosos datos de presencia de castigos diferenciados y doblemente severos que los ejercidos hacia los hombres. Se les imputaba, a veces expresamente, no sólo la comisión de delitos políticos sino transgresiones de índole moral.

Durante la Independencia, mientras los hombres eran llevados a prisiones tras condenas de tribunales militares, las mujeres enfrentaban la reclusión sin sentencia en “casas de recogimiento” o en conventos a los que eran llevadas por participar en conspiraciones, pero también, frecuentemente, por conducta escandalosa, seductora o perniciosa. En ellas, más que reconocer su libertad de actuación, había que corregir su extravío moral.

Las mujeres que decidieron participar en la Independencia o en la Revolución, constantemente, tuvieron que fingirse hombres u ocultar su identidad, como Petra Herrera, Leona Vicario o María Fermina Rivera.

Más adentrado el siglo XX, la antigua Cárcel de Mujeres de Santa Martha Acatitla concentró a las mujeres participantes en el movimiento estudiantil de 1968 o en las guerrillas de los años 70. El horror alcanzó allí su punto máximo con el uso sistemático de la violencia sexual como herramienta de guerra y represión.

Ese mismo uso se observa en la represión a las mujeres de San José Atenco en los operativos policiacos del 3 y 4 de mayo de 2006 para reprimir las protestas por la construcción de un aeropuerto en Texcoco.

En los últimos años, la violencia política de género sigue la ruta de la negación de la mujer. Si bien ya no se ejerce la tortura con la misma frecuencia, entre otras razones porque las fuerzas más conservadoras se encuentran en la oposición, en México se ha desplegado en los últimos años una feroz beligerancia contra mujeres protagonistas de los procesos de transformación.

Los insultos que se aplican a través de campañas de odio en medios de comunicación y redes sociales siguen la ruta de la mezcla de la sanción política con la moral o con la duda permanente de las facultades personales mismas de quienes ejercen la actividad pública.

En pleno siglo XXI, las mujeres seguimos discutiendo no sólo ideas sino el derecho mismo a pensarlas, compartirlas, expresarlas, actuarlas. El derecho a una vida libre de violencia sigue siendo nuestro derecho a ser.

Ministra de la Suprema Corte de Justicia de la Nación

Únete a nuestro canal ¡EL UNIVERSAL ya está en Whatsapp!, desde tu dispositivo móvil entérate de las noticias más relevantes del día, artículos de opinión, entretenimiento, tendencias y más.

Comentarios