“¡Mátenlos a todos!”. Esa fue la orden. Se dispararon, de siete armas distintas, 195 balas. Lo que se vivió hace unos días en la posada en Salvatierra, Guanajuato, es lo que se vive en el país. Que no diga el presidente que no. Los jóvenes en México no son libres, crecen rodeados del crimen organizado, que se les acerca para hacerlos sus clientes o que se les acerca para hacerse de ellos, a manera de secuestro, a manera de acuerdos laborales, a manera de sus propias vidas, porque no los dejaron pasar, porque se les da la gana, porque un “¡mátenlos a todos!” indiscriminado seguramente no castigará a ninguno. Algunos jóvenes se salvan, como en la exhacienda San José del Carmen el fin de semana. No fue esta vez, pero quizás para la próxima. Ellos lo saben. Ellos lo comentan. Los que han ido a la posada y los que no. Los que están heridos y los que están traumatizados. Los de Guanajuato, los de Jalisco, los de Guerrero, los de Veracruz…

Lo que se vive días después en Salvatierra es lo que se vive en el país. Que no diga el presidente que no. Una carpeta más de investigación al archivero. En Guanajuato, por homicidio doloso tan solo este año hay ya dos mil 400 más abiertas. Las familias lloran y entierran a sus hijos, acompañadas de otras familias a las que les ha pasado algo similar y quienes tampoco tienen ni tendrán explicación de ningún crimen. Llámele como quiera: secuestro, asesinato, desaparecido, “lo confundieron”, “se lo llevaron”. Hace dos semanas seis estudiantes universitarios fueron asesinados en Celaya. Y hace unos días, la secretaria de Gobernación, Luisa María Alcalde, anunció —entre polémica, unos ajustes hacia la baja al conteo de desaparecidos en el país. Nada avanza en realidad, más que el dolor, la violencia y la confusión. La impunidad perenne. Todo lo demás retrocede.

Lo que se vive en la política después de Salvatierra es lo que se vive siempre. La oposición se lanza contra el oficialismo y el oficialismo la ningunea y se lava las manos. Las redes sociales explotan solamente para esperar atender el próximo escándalo que las haga estallar. La sociedad civil no se da abasto y tampoco tiene la suficiente fuerza, las suficientes manos.

Todos somos los jóvenes en Salvatierra. La violencia no discrimina en México desde hace tiempo. Puede que nos toque, por estar en la fiesta, por salir a la calle, por sostener gobiernos ineficientes y más comprometidos con su poder que con resolver. Todos somos los jóvenes en Salvatierra, pero hay una gran diferencia, los jóvenes en Salvatierra y todos los demás jóvenes de este país, desde ya, la tienen mucho más difícil que lo que nosotros la hemos tenido. Este sexenio comienza a ver su final muy contento por la extensión guinda de su poder por todo el territorio, pero todo el territorio se pinta más de rojo sangre.

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