Mientras algunos aún no han desestigmatizado el término feminismo, por conveniencia o por falta de conocimiento, otras y otros se enfocan en desmitificar ya el liderazgo femenino. Una mujer en el poder no es menos mujer por ocupar el espacio que anteriormente ocupaba un hombre, pero tan poco será menos humana que lo que han sido ellos. Y no se trata de curarse en salud -porque ni se podría, ni mucho menos de desestimar a ninguna, como quizás probablemente se diría.

La narrativa capitalista, aquella del llamado purple washing, y tal vez hasta en una equivocación revolucionaria también la feminista, han hecho creer que el empoderamiento femenino da como resultado Mujeres Maravilla, tanto que hasta se preguntan entre sí “¿y cuál es tu super poder?” Han hecho creer que el resultado son seres incorruptibles, sororas, éticas, trabajadas y llenas de cualidades superiores. Tanto que han dinamitado las ambiciones y expectativas de las vidas de las mujeres, que hoy se exigen ser Lynda Carter o Gal Gadot —según la generación, y que al fracasar las carcome la ansiedad. El otro lado de la moneda de cuando ellas quedaron limitadas a los roles tradicionales de esposa y madre tras terminada la Segunda Guerra Mundial. El otro lado de la moneda que paga la misma cantidad de ansiedad, vacío y frustración.

Las Mujeres Maravilla que todo lo pueden, o todo lo deben poder, a quienes siempre se les mide con otra vara, pero de quienes hasta en los medios más prestigiados leemos hiperbólicos relatos… ¿No las mujeres presidentas y primeras ministras administraron mejor la pandemia de sus países que sus pares hombres? Aun se escucha por ahí lo de “las mujeres son mejores que los hombres”. Y aunque en parte es el efecto del péndulo, esto no le conviene a nadie. Entonces nos vamos encontrando, entre la basta oferta de historias de mujeres en películas o en series de televisión, la manipulación y el control de Lydia Tár, la directora de orquesta interpretada por Cate Blanchett en Tár; el abuso de poder de Romy, la CEO de una empresa de robótica, interpretada por Nicole Kidman en Babygirl; o las mentiras de Catherine Ravenscroft, la periodista interpretada también por Cate Blanchet en la serie Disclaimer, entre otros ejemplos.

Es momento sí de desmitificar el liderazgo femenino para acomodarlo en su dimensión más realista. Esto por el bien de todos, de todas. Y en este ejercicio que me persigue, me detengo en las características de cuando una de estas historias ha sido contada o dirigida por un hombre y de cuando ha sido contada por una mujer. Encuentro aun abismales diferencias, con mujeres directores nada condescendientes, pero sí más precisas tanto en el mundo interno de los personajes como en sus entornos.

Ahora que la presidenta Claudia Sheinbaum ha alcanzado los niveles de popularidad que pocos, muy pocos vaticinaron, valdrá la pena de igual forma, con el paso del tiempo, desmitificar su liderazgo femenino, para acomodarlo en su justa dimensión, con todo y la dificultad que conlleva el que ocupa la silla presidencial. Valdrá la pena entender qué la convierte, si es que, en feminista, en sorora, en líder; o qué de ella, si es que, se puede clasificar como autoritaria, subordinada o pasiva.

Al final, el liderazgo femenino tiene mucho por explorar.

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