Sofía Martínez Osorio/Latinoamérica21
“¡Bukele, Bukele, Bukele!” se escucha a una sola voz bajo el balcón del Palacio Nacional en el que Nayib ofrece un discurso de victoria. Es la primera vez, después de ocho décadas, desde que el General Maximiliano Hernández Martínez prolongara su mandato por 13 años. Junto a su esposa, Gabriela de Bukele, Nayib repite una y otra vez que el pueblo salvadoreño permitirá seguir ganando la guerra contra las pandillas gracias al voto emitido en los comicios “democráticos” celebrados el 4 de febrero.
Nayib Bukele se ha autoproclamado ganador. Hasta ese momento el Tribunal Supremo Electoral (TSE) solo había escrutado el 22% de las actas, pero el candidato por Nuevas Ideas (N) ya se había apoderado del Órgano Ejecutivo y de 58 escaños de 60 en la Asamblea Legislativa, obteniendo así la mayoría de las diputaciones.
Democracia: palabra caprichosa que según los griegos significa “el poder del pueblo” y de acuerdo con Nayib también. El candidato afirmó en su discurso que en “la historia del mundo, desde que existe la democracia, nunca un proyecto había ganado con la cantidad de votos que N lo ha hecho en plena libertad y democracia”. Hasta este 5 de febrero, el TSE no había acabado el conteo de votos, pero la victoria sigue intacta y en redes sociales el candidato reelecto ya ha recibido múltiples felicitaciones a través de X (antes Twitter).
Sin embargo, la democracia a estas alturas en El Salvador ya no puede ser entendida con su significado original, es decir como un sistema a través del cual existen contrapesos que permitan opiniones diferentes a las del gobierno de turno y ahora reelecto. Esta vez, con mayoría absoluta en la Asamblea Legislativa, se ha eliminado definitivamente la separación de poderes. Pero la población no es consciente de ello. La encuesta preelectoral del Instituto Universitario de Opinión Pública (IUDOP) arrojó que el 68% de la población no está de acuerdo con que un presidente concentre todos los órganos del Estado, pero el 70% se mostró de acuerdo con la reelección presidencial.
El camino a la reelección se ha venido trazando paulatinamente, desde la imposición de nuevos magistrados hasta una serie de reformas electorales como la reducción de 84 a 60 parlamentarios y la disminución de municipios de 244 a 44, las cuales tenían una sola finalidad: borrar del colectivo ciudadano a la oposición. Es así, como poco a poco se ha ido desdibujando la presencia de los partidos de oposición, tarea que no ha sido muy difícil para el oficialismo y en estas elecciones ha quedado demostrado que la oposición en El Salvador no se ha unificado y está a punto de extinguirse.
Unos comicios irregulares
Ha sido una jornada electoral larga y llena de irregularidades. 24 horas después, El Salvador sigue sin datos oficiales en su totalidad acerca de los ganadores de estos comicios. A la hora en la que Nayib se proclamaba vencedor con un 85%, las cifras no cuadraban con los escrutinios realizados hasta ese momento por el TSE. Antes de las 19 horas, Nayib había publicado en X: “De acuerdo con nuestros números hemos ganado la elección presidencial con más del 85 % de los votos y un mínimo de 58 de 60 diputados de la Asamblea”.
Pese a todo, el día de la elección, esta no fue la única irregularidad. A la mitad del día el candidato a la presidencia por N interrumpió el silencio obligatorio y, con el uso de recursos estatales, ofreció una conferencia dedicada a atacar a los medios de comunicación nacionales e internacionales, así como a repetir nuevamente que el voto de los salvadoreños era necesario para no perder ni un solo escaño en la Asamblea Legislativa. De ser así, según el mandatario, la oposición liberaría a los pandilleros y podría haber una revancha. Este fue el discurso acordado en conjunto con los diputados del mismo partido que dieron entrevistas en los diferentes medios.
Pero esta campaña de miedo no se quedó solo en discursos. A pesar de que el Código Electoral impide propaganda tres días antes de los comicios, en cada bloque informativo, en televisión nacional y en transmisión en vivo, aparecía repetidamente publicidad del Gobierno de El Salvador con una voz en off diciendo, “El Salvador es nuestro”. El anuncio invitaba a la población a votar para no regresar al pasado, “un pasado al que nadie quiere volver” donde las personas estaban encerradas en sus casas y no los pandilleros. La única manera de mantener a los pandilleros encarcelados era a través de la reelección presidencial y mayoría legislativa.
La gente tiene miedo. Fue así como Nayib y sus diputados enarbolaron una y otra vez el régimen de excepción y la seguridad ciudadana a lo largo de esta jornada electoral, con frases cortas en un discurso que buscaba alimentar la sensibilidad de la población e impregnarse en el inconsciente popular. El alegato en contraposición de los derechos humanos de la gente de bien contra los de los pandilleros ha servido de incentivo a la población para ir a votar, no solo por cumplir con el deber ciudadano, sino, por miedo a una revancha pandillera.
Este ha sido un día de primeras veces. Fue la primera vez que en las papeletas aparecía el rostro de los candidatos presidenciales y también fue la primera vez, en la historia reciente del país, que se vive una escasez de información referente al conteo de votos. A las 22:22 horas del 4 de febrero, la página de la única institución que podía garantizar un proceso electoral transparente y democrático dejó de actualizar su información: el sistema falló.
Pero, en estas elecciones, éste no ha sido el único fallo; falló la oposición por falta de fondos provenientes de la deuda política y el TSE cuando aceptó una candidatura en contra de la constitución. En el escrutinio final, el TSE decidió a última hora del 5 de febrero que, para el conteo de votos para la elección de diputados, abrirán la totalidad de los paquetes electorales para realizar el conteo papeleta por papeleta.
Al final del día, en la plaza Gerardo Barrios de El Salvador, Nayib terminaba su discurso jactándose de haber acabado con las pandillas en su mandato anterior y garantizando al pueblo salvadoreño que los pandilleros no van a salir libres: “gracias a Dios, El Salvador pasó de ser el país más inseguro al más seguro del continente occidental”, pero “estos próximos cinco años, esperen a ver lo que vamos a hacer”. El discurso finaliza con un beso a su mujer y comienzan los fuegos artificiales al ritmo de It’s the end of the Word as we know it (es el fin del mundo tal como lo conocemos) del grupo R.E.M.
Cientista política y Doctoranda en Estudios Latinoamericanos por la Universidad de Salamanca, España.