En la vastedad de las noches estrelladas, cuando la humanidad alzó por primera vez sus ojos al firmamento, supo, en algún rincón secreto de su ser, que las estrellas no eran más que puntos de luz en un lienzo infinitamente complejo y sorprendente.
Así, con ese mismo espíritu de exploración y transformación, nos hemos embarcado en la creación de la Inteligencia Artificial (IA). Una invención que no sólo refleja la complejidad de nuestras propias mentes; sino que, también, tiene el potencial de remodelar el tejido de nuestra realidad social, política, jurídica, económica, cultural y ética.
Las herramientas basadas en IA ya han demostrado una capacidad formidable para cambiar nuestra forma de abordar los problemas, revelar soluciones inesperadas y prever fenómenos antes insospechados. Y cuando pensamos en derechos humanos y justicia social, el alcance de la IA brilla con un potencial particularmente luminoso. Es este el potencial que, si es bien dirigido, puede redefinir los fundamentos de la equidad, la inclusión, el respeto y el reconocimiento mutuo en la sociedad. Es hora de imaginar mejores mañanas.
Algunos escenarios futuros, impregnados de las maravillas de la IA y debidamente apreciados, parecen escenas de una novela de ciencia ficción permeadas de visiones utópicas. Por ejemplo, debemos imaginar sistemas judiciales donde la IA, con su capacidad de procesar vastas cantidades de información, pueda identificar sesgos y prejuicios en las decisiones judiciales, emitiendo así juicios más imparciales y equitativos. Las herramientas predictivas, basadas en algoritmos complejos podrían anticipar conflictos sociales o tensiones étnicas, permitiendo intervenciones tempranas u oportunas que eviten escaladas violentas o mayores rupturas.
A nivel gubernamental, las políticas públicas podrían ser diseñadas con ayuda de IA, permitiendo identificar las áreas más necesitadas y los programas más efectivos para combatir la desigualdad. Incluso, la distribución equitativa de recursos podría ser optimizada, eliminando la corrupción y la burocracia, y asegurando que cada ciudadano reciba lo que le corresponde por derecho.
Grandes posibilidades se presentan en el horizonte. Sobre todo, si pensamos que la IA, con su capacidad para analizar patrones y tendencias en enormes conjuntos de datos, podría ser utilizada para identificar y prevenir violaciones a los derechos humanos. Por ejemplo, una herramienta predictiva podría anticipar desplazamientos masivos de población o genocidios antes de que sucedan, permitiendo a la comunidad internacional intervenir de manera preventiva.
En el ámbito de la salud, la IA podría identificar patrones de enfermedades en áreas específicas, asegurando una distribución justa y adecuada de los recursos médicos, tanto humanos como materiales y financieros. Los sistemas educativos podrían ser personalizados a través de perfiles individuales que, en los hechos, resulten en una sólida plataforma que asegure que cada persona, tenga acceso a una educación que maximice su potencial. Una educación que, en tales condiciones, sirva a su libre desarrollo personal y a su realización.
En una escala más global, la IA podría ser fundamental para abordar los retos que nos plantea el cambio climático, identificando las áreas más vulnerables y las soluciones más efectivas para combatirlo y garantizar así, el derecho fundamental a un ambiente sano y equilibrado para todas las generaciones.
Sin embargo, con grandes poderes vienen grandes responsabilidades. Las herramientas de IA, aunque prometedoras, también pueden ser mal utilizadas. Los sistemas predictivos, si se emplean incorrectamente, pueden reforzar estereotipos y prejuicios, o ser utilizados para fines autoritarios. Es esencial que se establezcan salvaguardas éticas y se promueva una IA transparente, eficaz, imparcial y razonablemente comprensible.
La reacción ante estos desafíos no puede ser el temor, sino la educación y la preparación. Debemos ser proactivos, creando marcos regulatorios que aseguren que la IA sirva al bien común y no a intereses particulares. La prevención, en este caso, significa asegurar que la IA esté alineada con valores humanos fundamentales y con el respeto a la dignidad y derechos de cada individuo.
La confluencia de los derechos humanos, la inteligencia artificial y la justicia social es una danza delicada, pero, sumamente prometedora. En el corazón de esta tríada, yace la posibilidad de dar luz a un mundo más justo, inclusivo y próspero. Un mundo donde cada persona, independientemente de su origen, etnia, género o credo, pueda florecer y alcanzar su máximo potencial.
En este contexto, llegará el momento en que como humanidad debamos dar respuesta a la siguiente pregunta: ¿seguimos luchando por un sistema democrático tradicional que, para muchos, ya ha pasado su apogeo, o nos sumergimos completamente en una era de inteligencia artificial? La decisión no sólo determinará la forma y el fondo de lo que llamamos administración pública, sino el tejido mismo de nuestras sociedades y el futuro de la humanidad.
Porque, al final del día, las máquinas y algoritmos que creamos son reflejos de nosotros mismos. Reflejos que nos muestran y habrán de mostrar no sólo lo que somos; sino, también, lo que queremos y podríamos llegar a ser.
Dr. Julio César Bonilla Gutiérrez, Comisionado Ciudadano del INFO CDMX