Hace catorce años, durante la Caravana del Consuelo, que fue la primera gran movilización nacional contra la violencia de las guerras narcas y las ejecuciones y desapariciones que ocasionan, le reclamé amistosamente a mi querido Javier Sicilia la ausencia en sus discursos de señalamientos contra los criminales. Sólo había quejas contra la ineptitud de los gobiernos (bien merecido se lo tenían) y resultaba que los cárteles eran los generadores de ocho de cada diez ejecuciones y ocho de cada diez desapariciones (la novena era perpetrada por fuerzas del Estado en complicidad con cárteles y la décima por cuerpos de seguridad solas). Debatimos recio, pero entendió la realidad, no porque yo se la cantara, sino por los durísimos y desgarradores testimonios que fuimos recogiendo durante aquel periplo del dolor que empezó en Ciudad de México y concluyó en Ciudad Juárez, allá, en la frontera con Estados Unidos.

A mitad de la caravana Javier empezó a fustigar al sicariato nacional. Señores de la muerte, tengan un gramo de piedad, acudan a lo que les resta de humanidad y dejen de torturar y matar y desaparecer. Un día, entrando a Durango, ordenó a quien conducía su camioneta que se detuviera. Al lado de la carretera había un niño que erguía una foto grande de su padre desaparecido. Era un militar. En la imagen, el hombre, gallardo, cara gentil, vestía de gala. El niño y el poeta se fundieron en llanto. Inconsolable llanto. Estremecedor llanto. Uno tras otro, los reporteros, fotoperiodistas y camarógrafos que estábamos ahí nos rompimos luego de tantos días de acumular testimonios de horror.

Hoy traigo de vuelta la anécdota a esta columna porque llevo semanas observando que, de nuevo, casi nadie les dice algo a los narcos made in Teuchitlán, es decir, a los que engañan y secuestran jóvenes para reclutarlos forzadamente, a los que desaparecen jovencitas y chavos y los ejecutan, y todavía tienen el descaro de dejar expuestas cientos y cientos de prendas de sus víctimas. Como si vinieran de otro planeta y sus barbaridades nos fueran ajenas, nadie les dice nada a esos sicarios y sus jefes capos que rompen el corazón de miles y miles de madres y padres.

Nada. Como si el tejido social no estuviera desecho en tantos estados y municipios del país a causa de los $12 mil pesos semanales que los cárteles reparten entre sus tropas, entre miles de jóvenes enlistados por las buenas o por las malas. ¿Qué chavo resiste la tentación de $50 mil pesos mensuales? ¿Qué estudiante avanzado de Química resiste la tentación de ese billetote puesto ahorita mismo en su mano allá en Michoacán y Jalisco? ¿Qué estudiante en sus últimos semestres de Contaduría resiste en Culiacán, en Sinaloa, en Ciudad de México? ¿En Guerrero, en Chihuahua? Exacto. Nadie. O muy pocos, sólo que migren la libran porque ya sabemos que les dicen que el bisne es sencillo, plata o plomo. Arre. Y sí, plata, pero de todas maneras… acaban con plomo. O en polvo.

Pero, vuelvo: lo más grave es que cada vez los cárteles ocupan a más de ellos, a más jóvenes estudiantes, porque el negocio maldito que tienen ya no sólo requiere sicarios brutales sino también a profesionistas eficaces para cocinar drogas y contabilizar y esfumar recursos; para lavarlos, pues. Y también, cómo no, a chavos que le sepan a las redes sociales, donde ahora pescan y capturan a la mayoría de los batos citadinos, o a morros que huyeron de la miseria rural rumbo a las urbes.

No me digan que nadie sabía de esto. ¿Ningún gobernador, ningún alcalde, ningún secretario de Seguridad, ningún fiscal sabe que eso está sucediendo en los estados? ¿No les han pasado los reportes militares sobre esos dramáticos casos de cooptación profesional? Ok, entonces sigamos en el no pasa nada, o en el sí pasa, pero no lo digas en público porque los neoliberales periodistas harán un escándalo. Sé que hay frustración en el gobierno federal al respecto, sé que intentan ayudar a los jóvenes de muchas maneras con distintos recursos, pero alguien sensato debe partir del diagnóstico público. Sin aceptación (social), perdón por la cacofonía, no hay solución (comunitaria).

Mientras tanto, déjenme emular a aquel poeta, que para mí era el mejor poeta, el Sicilia de la plaza pública, y hacerles un llamado a esos despiadados capos de hoy, que son la nueva generación de los de aquel 2011: ínclitos narcos, dejen ya de desaparecer y quemar gente, carajo. Tengan tantita madre. Y si no la tienen, vean y escuchen a las madres de los desaparecidos. Apiádense de ellas, por los menos díganles rápidamente dónde acabaron sus seres queridos.

Por favor, ya párenle, ya han ensangrentado demasiado este país.

En serio, ya chale, deténganse.

¿Por qué deberían de hacerlo? Por una sencilla razón: la probabilidad de que un día ustedes sean los desaparecidos a manos de otros ojetes es de al menos 50%. Sí. Un volado. Mínimo. ¿No quieren que un día sus jefas los despidan y les canten un pinche corrido en lugar de que anden penando con fierros en la mano para cavar hoyos entre tanta fosa clandestina arriesgándose además a que otros sicarios las cuezan a balazos?

Pos ora, ya párenle a la desaparición, lepes.

BAJO FONDO

En los últimos años pasamos de regar muertos por todos lados para mejor desaparecerlos. Táctica de guerra, carnal, como en El Salvador hace años, el pacto ese entre los Maras. No hay muerto, no hay foto, no hay evidencia, no hay cuerpo del delito, no hay estadística, no hay carpeta de investigación, no hay crimen, no se calienta la plaza, perro. No hay nada. Sólo hay el miedo que regamos, pero del terror los medios también se olvidan y la gente se acostumbra y a los políticos básicamente les vale madres. Chido. ¿O no, compa? Te digo. México mágico, hoy ando en la cárcel, pero un día una jueza plagiara y corrupta seguro me libera. ¿Qué no? Tsss. Somos ojetes desalmados. ¿O acaso no hay un sicario quemando a un desaparecido ahorita mismo en un Rancho Izaguirre cualquiera?

¡Basta! Dejen ya de desaparecer y quemar gente, señores de la muerte. Ya sabemos que son bien machos y estarán siempre en guerras interminables que pervivirán mientras exista un narco machito que quiera gobernar una plaza, o sea, para siempre, pero dentro de su monstruosidad quizá podrían tener un poco de sentido de racionalidad y de visión empresarial que partan del sentido común. Hagan un pacto entre ustedes. Todos, díganles a los otros que sí les temen y que todos tienen el pene igual de grandote. Todos abrácense en su machismo mutuo y si quieren hasta emborráchense y bésense buchonamente, pero ya dejen de desaparecer, descuartizar y quemar gente. Ya fue. Ya sabemos que son bien malotes y que siempre hay una reata más malota, bailadora y sonadora que la otra, ya lo sabemos, así que ya paren. Pónganse de acuerdo, no sean güeyes, hagan redituables y pacíficos sus pinches negocios y dejen de matar en vida a las madres de los desaparecidos.

TRASFONDO

Comparar el Rancho Izaguirre de Teuchitlán, donde ciertamente narcos mataban gente insurrecta para enseñarle a sus esclavos a ser sicarios; comparar ese narco centro de entrenamiento con el campo de concentración de Auschwitz ha sido, durante semanas recientes, una de las aberraciones más vergonzosas de los opositores a la 4T. Siguen sin entender que sus despropósitos los alejan de convertirse en una opción viable.

Y las y los intelectuales, qué barbaridades han escrito y dicho en estos días. Las palabras tienen significados precisos que ellos (y ellas) tendrían que ser los primeros en respetar, en defender, no en violentar.

Su desmesura se la han cincelado a sí mismas y se la han tatuado a sí mismos por el resto de sus trayectorias públicas.

AL FONDO

La ignominia de encubrir a su muy macho futbolista-político va a perseguir a esos tribunos durante décadas.

Llevan dos, contando al impresentable guerrerense.

Y ellas, con su solapamiento, son peores: desde ahora han violentado a quién sabe cuántas mujeres que serán vejadas en el futuro.

Bien sororas.

Qué vergüenza.

Twitter: @jpbecerraacosta

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