No es metáfora: sí se busca oposición. El PRD desaparece a nivel nacional. Pierde el registro luego de haber sido un movimiento político muy relevante para la transición, un partido que alguna vez fue de izquierdas y que se desvaneció en brazos de una insólita alianza con su antiguo asesino, el retardatario PRI. Y no, eso tampoco es alegoría: durante el salinismo el régimen priista le asesinó a cientos de militantes y los perredistas sufrieron amnesia selectiva.
El PRI, ese autoritario y corrupto PRI que aplastó a las oposiciones durante siete décadas, hoy se esfuma consistentemente y sus líderes, desde sus curules que les dieron patria (y fuero), no se han enterado de que yacen en su propia Numancia eludiendo su acelerado proceso de extinción. Por más que se les documenta el hecho, niegan que se hayan convertido en una insignificante manchita en el mapa electoral del país.
El PAN está muy desorientado desde que Calderón provocó que su partido perdiera el poder a consecuencia de una guerra que había que dar, pero no sin una estrategia de entrada y salida del conflicto. Hacer la guerra es facilísimo, construir la paz es muy complejo y tardado. Quién sabe cuántas décadas tardaremos en salir de esta situación bélica construida durante el foxismo (por omisión) y ejecutada en el calderonismo (por ineptitud). El PAN yace en una penosa fase menguante de la cual simplemente no consigue salir como movimiento nacional. Imagine: su líder cree que hacer política es gritarle machamente a una mujer, a su candidata presidencial: ni más, ni menos.
Movimiento Ciudadano es un misterio. Nadie sabe a ciencia cierta a qué intereses sirve ese partido, más allá de la codicia crematística para su franquicia. ¿Es oposición? ¿Es comparsa del partido gobernante?
Le digo: se busca oposición. Y no es chiste. Para cualquier democracia es una tragedia política que no exista una oposición vibrante. Un contrapeso político. Un equilibrio de poderes. En cualquier época es decadente que no haya una alternativa viable para las mayorías. Eso tiene severas consecuencias para una sociedad plural: ahora tenemos ya, de nuevo, un régimen electoral hegemónico que está cerca de convertir el país en un sistema cimentado en un verdadero partido de Estado con una imbatible maquinaria electoral.
En todo esto lleva gran parte de responsabilidad la oposición de estos últimos seis años, porque jamás supo leer al electorado mexicano y no se tomó la molestia de entender que los mexicanos se sentían profundamente humillados y ofendidos por ellos.
No es retórica, es aritmética electoral: en 2018 no existía Morena, no gobernaba nada. Ese año el PRI gobernaba en 14 entidades, el PAN en 11, el PRD en 5, el Verde en una, y había un gobierno independiente. En 2024, tanto sólo seis años después, la aplanadora de Morena gobierna en 24 estados. Sí, pasó de la nada a gobernar más de dos terceras partes de la república, mientras que el PAN lo hace en sólo 4 estados, el PRI en nada más en 2, y MC en otros 2.
Si en los recientes comicios consideramos a la triada PAN-PRI-PRD como la verdadera oposición, quiere decir que siete de cada diez mexicanos no los quisieron en el poder, porque su candidata presidencial obtuvo el 27.45 % de la votación. Vaya, ni tres de cada diez mexicanos optaron por su alianza. Si a eso le sumamos que Morena controla el Congreso de la Unión y es mayoría -con sus aliados- en 27 congresos estatales, tenemos a una oposición apenas sobreviviente en el ámbito nacional. Una oposición con presencia municipal.
Vistas las cosas así, bajo la lupa del mapa electoral de 2024, el movimiento lopezobradorista sí resultó ser una cuarta transformación de régimen. Un aplauso para la oposición y para esos intelectuales del siglo pasado cuya furia e insultos a los votantes y a la ganadora a lo largo de estos días postelectorales han demostrado que el Financial Times tenía razón con aquella frase aplicada a Peña Nieto en septiembre de 2015: no entienden que no entienden.