Perdone usted que hoy escriba sobre lo personal -la familia-, pero muchas veces lo personal es político.
Además, si lo personal tiene que ver con periodismo, entonces todavía es mucho más político.
Y lo político, en este país, todo el tiempo debe ser de interés público, así que procedo a teclear sobre esa madrastra despiadada y perversa del periodismo que es la censura, porque si en mi familia paterna hemos sabido de algo durante dos siglos, es justamente de esa villana que siempre pretende amordazar y silenciar a quien ose criticar al régimen en turno, sin importar de qué época hablemos.
Mi abuelo fue cofundador del antiguo Excélsior, luego director general de ese diario desde 1963 y hasta 1968, cuando murió, pero la danza de las mordazas no empezó ahí, sino en un periódico de Chihuahua (su tierra), El Norte, donde tenía una columna denominada Balas Perdidas con la que se ganó la persecución ni más ni menos que de ese héroe nacional del posterior priato que era conocido como Pancho Villa. Ahí empezó la primera colección familiar de exilios, en aquel caso rumbo a Estados Unidos.
Tras su regreso a México, Don Manuel -así le decían en la Redacción- se unió a la nueva aventura editorial que representó Excélsior. Fiodor, como le llamaba mi padre, “siempre creyó que no hay mejor actividad política que la escrita desde las columnas de opinión”, se lee en una reseña sobre él publicada en ese mismo periódico. Coincido, salvo cuando éstas se han vuelto instrumentos para vender silencios o esparcir calumnias y mentiras, para golpear opositores, para difundir voladas, que no es otra cosa que periodismo falsario, periodismo de cantina, periodismo vende humo, periodismo facturador de hilos negros, periodismo busca clics.
La censura proveniente del poder por lo regular viene acompañada de exilios y despojos (a veces de cárceles y asesinatos), así que en mi familia la repudiamos rotundamente, venga de donde venga.
Manuel, mi padre, fue nombrado Subdirector de Excélsior a la muerte de mi abuelo y Julio Scherer designado Director. Ocho años más tarde, en julio de 1976, continuó la tradición censora, ahora no de los posrevolucionarios, sino del populista número uno de la nación, Luis Echeverría, que, a través de un traidor, Regino Díaz Redondo, consumó el golpe narrado por mi padre en Dos poderes (Grijalbo, lo consigue usted en línea).
De aquel manotazo presidencial, en noviembre de 1977, surgió un diario que fue parteaguas en el periodismo nacional, el extraordinario unomásuno, fundado y dirigido por Manuel, que tuvo una vida corta, de apenas once años y cuatro meses, ya que en marzo de 1989, unos meses después del fraude que lo llevó al poder, Carlos Salinas de Gortari consumó un nuevo golpe y se apropio del periódico a través de un personero del priismo y un traidor dentro del diario, un sujeto que se llamaba Luis “Ataúd” Gutiérrez.
Nuevo exilio, ahora en Bélgica y España, despojos, pérdida de propiedades y recursos, y ahí ya me tocó a mí el garrote debido a que, como joven reportero con apenas seis años en el oficio, no podía publicar en ningún lado, vetado como estaba mi apellido. Luego, para honrar la tradición impuesta por el Sistema, en 1994 y 1995 tuve mi propia historia, cuando un vengativo Ernesto Zedillo, primero candidato y después presidente, con pésima información recibida por sus comunicadores, exigió el fin del semanario que yo había fundado y dirigido desde 1991, Macrópolis. Y ahí voy yo, a refugiarme en la hermana república de Yucatán (tierra de mi madre) todo el zedillato hasta el 2000, atrincherado en el diario Por Esto, que documentó los presuntos nexos de un amigo de Zedillo con el narco, y hasta metralla recibí en la pared de mi casa yucateca y amenazas de muerte una de mis hermanas.
Cuando asesinaron a Luis Donaldo Colosio, Salinas de Gortari cometió la estulticia más grande de su vida: nombró a Zedillo candidato. En esos días aciagos de marzo-abril de 1994, mi padre me advirtió: “Este personaje torvo de mirada psicópata (miraba una foto oficial espantosa del tipo) le hará mucho daño al país. Ten cuidado con él”. Y sí, tuvo razón, no había tenido prudencia con él, lo había exhibido en sus torpezas como Secretario de Educación un par de años atrás en tiempos de Macrópolis, y así me fue, porque el tipo, irracionalmente, juraba que un proyecto que tenían mi padre y Cuauhtémoc Cárdenas para echar a andar en 1995 un periódico opositor a su régimen (Democracia, querían llamarle), me incluía a mí detrás de Manuel, lo cual era absolutamente falso: yo tenía otro proyecto para revivir Macrópolis, que tuvo que cerrar a dos semanas de los comicios, gracias a otra traición: el socio capitalista que teníamos (cuyo nombre no quiero mentar ahorita porque hay diluvio) nos abandonó, azuzado por Zedillo: fuimos a una reunión para hablar con él y ya ni siquiera me dejó entrar a su oficina de Insurgentes como candidato del PRI, sólo permitió ingresar al empresario, quien horas después me dijo que deberíamos cerrar la revista hasta después de las elecciones, hasta diciembre, después de que “Zedillo tome posesión”. Así la insolencia: ni siquiera habíamos votado y el sujeto ya se veía en Los Pinos.
-Te lo advertí… -me dijo mi padre.
-Y yo a ti de Salinas y Ataúd y no me hiciste caso… -le repuse.
Yo recién me había casado. Nos miramos en silencio unos segundos y reímos. Luego brindamos por nunca aceptar las censuras, él con tinto, yo con agua de jamaica. Brindemos por luchar con todo “contra esa perra”, la censura, propuse, aunque perdiéramos todo de nuevo una vez más, dije, y yo acabara en la cárcel, como literalmente sucedió a principios de 1995.
En fin, presidenta Claudia Sheinbaum, ahora que mi padre acaba de cumplir 25 años de haber fallecido (periodista extraordinario, el mejor de la segunda mitad del siglo veinte: dotado con un olfato inigualable, sacaba notas del basurero y las volvía reportajes de primera plana), déjeme honrarlo y decirle a usted que no, no es una moda escribir de censura en estos días, a nadie en el medio nos gusta la vil palabreja, sino una imperiosa necesidad por los arrebatos inquisidores que están teniendo impresentables personajes de su movimiento, empezando por el virrey del Legislativo que humilló a un ciudadano, y siguiendo por gente de Puebla, Tamaulipas y Campeche, entre otros lugares.
Párelos, Claudia Sheinbaum, no los consienta, porque no padecimos durante décadas las censuras de un régimen para ahora venir a sufrir las de uno nuevo que deshonre las luchas democráticas que tanto nos costaron a millones de mexicanos, incluidas las batallas de usted y su familia.
jp.becerra.acosta.m@gmail.com
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