Le pregunté a una Inteligencia Artificial qué significa “ultracrepidario". Me había topado con la palabreja en el muro del Facebook de una querida amiga, así que la busqué en varios diccionarios, pero no lo encontré. Por eso fui a la IA. Y ésta, me dijo: “Se refiere a una persona que opina o habla sobre temas en los que no tiene conocimientos suficientes, como si fuera un experto en algo que desconoce. La palabra proviene del latín ultra (más allá) y crepidarius (hacedor de crépida, sandalia o zapato). Se usa, a menudo de manera irónica, para describir a alguien que se aventura a opinar sobre asuntos que no conoce”.
Quise saber más sobre su uso actual y la IA me respondió: “El término se ha vuelto popular recientemente en el contexto de las redes sociales y la discusión pública, donde se observa que personas sin el conocimiento adecuado opinan sobre temas complejos”.
Ah, como sucede en las redes sociales y algunos medios de comunicación, que están plagados de opinadores (que no periodistas o especialistas), pensé en voz alta.
Fui entonces a la Real Academia Española y vi que, ante la pregunta de un usuario, tuiteó esto: “Ultracrepidario tiene un uso escaso y reciente en español. Procede del inglés ultracrepidarian, voz creada en 1819 a partir de formas latinas para designar irónicamente a quien opina sobre cuestiones que desconoce”.
Me dio curiosidad la referencia histórica y solicité más información para confirmar lo que ya tenía. Obtuve esto: “El origen del término se relaciona con la idea de que un zapatero (crepidarius) no debería dar consejos sobre asuntos que no están relacionados con su oficio. La palabra ultracrepidarian en inglés fue creada en 1819 para describir irónicamente a quien opina sobre cuestiones que desconoce”.
Y claro, a fin de reconfirmar, fui a preguntarle al Cambridge: “Someone who has no special knowledge of a subject but who expresses an opinion about it”. Alguien que no tiene ni la menor idea de nada, pero parlotea sobre cualquier cosa, traduciría yo al chilango.
Para ilustrar, ese diccionario en línea pone un ejemplo muy chulo, de una tertulia imaginaria, donde dos amigas se burlan un sujeto aborrecible: Her ultracrepidarian husband seems to know everything about everything. El esposo de esta morra parece que sabe todo de todo, amiga, volvería yo a traducir para la CDMX.
El Oxford completó mi curiosidad con un dicho que es el aparente origen desde el siglo XIX: The cobbler should not judge beyond his shoe, es decir, “el zapatero no debe opinar más allá de su zapato”, o lo que es mejor, en chilango, zapatero a tus zapatos.
Ultracrepidario, repetí.
De inmediato, con toda esa información, me vino a la cabeza el inefable Ernesto Zedillo.
Transcurridos los 15 minutos de atención que tuvo el iracundo personaje en el círculo rojo, tiempo en el cual escribió y manifestó una enorme cantidad de despropósitos y falacias, siempre con melodías melodramáticas de fondo, es decir, con tensiones y texturas como de narco serie de bajo presupuesto (léase con tamborazos o violines: “nuestra joven democracia ha sido asesinada”, “se ha instaurado una tiranía”, “en México están haciendo un Estado policial”), me parece importante señalar, ya pasada la agitación mediática, que fue un gran error de la Presidenta de la República contestarle y darle una estatura y dimensión que no tiene ese ex funcionario (nunca fue político), un tecnócrata muy gris que llegó a la Presidencia no por méritos sino como consecuencia de una tragedia (la de Colosio), y que desde los años noventa simplemente no entiende que no entiende nada de lo que pasa en México. No lo entendió en 1994-1995, cuando su impericia (por decirlo suavemente) sumió a México en la peor crisis de su historia moderna (sin tomar en cuenta crisis globales como las pandemias). No entendió nada en ese entonces, no lo entiende hoy, y claramente, por la trivialidad de sus argumentos, no lo entenderá mañana.
“Mi conclusión es muy sencilla: en México se murió la democracia”, peroró con grandilocuencia Zedillo.
Por una vez, casi tuvo razón: su conclusión no fue sencilla sino simplista, me dijo un economista. Acudí al Diccionario del español de México para revisar “simplista” y encontré: “Que reduce en extremo la dificultad o la complicación de alguna cosa: Estos indicadores no deben ser simplistas, sino permitir un cuidadoso análisis”.
El zedillismo de siempre, ése que dejó sin dinero y patrimonio a millones de mexicanos.
En fin, vuelvo con Claudia Sheinbaum: ¿a quién demonios le hace caso en la comunicación social? El asunto pudo haber quedado constreñido a los seguidores que tengan Letras Libres y Nexos, más cinco o diez lectores por cada uno de esos suscriptores, y a tuitazos y columnazos, cientos de miles de repeticiones, si usted quiere, más varios minutos en programas de radio (mesas con opositores) y algunos segundos en noticieros de televisión, pero… nada más.
Nada. No había ninguna necesidad que llevar el asunto a Palacio Nacional porque esa marca, la marca Zedillo, no vende en la calle, en el México real: la encuesta De las Heras dio como resultado que sólo dos de cada diez mexicanos (24%) creyeron las aseveraciones del priista, es decir, el voto de la oposición PRI-PAN, poco más, poco menos.
Responderle en las conferencias presidenciales sólo significó magnificar las amargas ocurrencias del expresidente, y cuidado, en una de esas pifias de comunicación social se van a encontrar con una rival o un enemigo que sí los cimbre.
TRASFONDO
Permítame ahora contarle (o recordarle) dos cosas que ilustran muy bien la catadura del personaje y de sus acólitos…
Unos meses después de la brutal crisis económica que provocaron el expresidente Zedillo y sus chicos en diciembre de 1994 y los primeros meses de 1995, cuando millones de mexicanos literalmente perdieron sus patrimonios (casas, negocios, coches), y otros millones más de personas se endeudaron hasta la ignominia (intereses sobre intereses, anatocismo), todo como consecuencia de las torpezas del señor, que obviamente no estaba preparado para ser presidente ni manejar la economía y las finanzas del país, tuve el privilegio y la fortuna de acudir a una larga cena donde estaban políticos, empresarios, comerciantes, mexicanos todos de bastante dinero, hoy diríamos que neoliberales y conservadores (también había gente invitada de Estados Unidos y Canadá), y un par de colaboradores del entonces presidente. Un empresario siempre priista, bastante molesto, los increpó por su impericia política y económica, pero, sobre todo, por la incapacidad de Zedillo, a cuya campaña había metido millonarios recursos, como siempre había hecho con los candidatos priistas:
-Ahora resulta que todo es culpa de (Carlos) Salinas de Gortari, ¿no?, y que ustedes no tuvieron nada que ver, que el presidente no es culpable de nada…
-Esto no es asunto de culpabilidades sino de responsabilidades, mano… -quiso interrumpir uno de los Zedillo Boys con sonrisita de eres un pendejo.
- ¡No mames, cabrón! ¡No me interrumpas! ¡Culpable o responsable es lo mismo en este caso, güey! ¡Le dieron en la madre al país, cabrón! ¡Den una explicación coherente! ¡Tengan tantita madre, huevos y humildad! Den una sola explicación coherente que no sea grilla, mano, una sola, a ver si convencen a algún pendejo… -empezó a bajar la voz el hombre del dinero.
Se hizo un silencio largo, incómodo, en el que mujeres y mujeres se miraban entre ellas, mientras los hombres observan al zedillista increpado, que al fin abrió la boca:
-Salinas dejó la economía prendida de alfileres, mano. Tienes que creer y entender eso. Mira, el presidente Zedillo…
Durante un par de minutos intentó hilvanar justificaciones, hasta que otro invitado, llamándolo cortésmente por su nombre, paró en seco la perorata que seguramente había escuchado mil veces durante esos meses, tal como todos la habíamos padecido con la maquinaria propagandística del zedillato. Era como un guion terco, machacón, para exculpar a Zedillo y hacer de Salinas el chupacabras que sí había sido, pero por méritos propios en asuntos muy distintos al de la crisis económica.
-Permíteme por favor, ¿sí? Te concedo: Salinas dejó la economía prendida de alfileres…
Hizo un silencio prolongando, efectista, mientras observaba que el zedillista respiraba, se limpiaba el sudor de la frente con una servilleta de tela, y casi sonreía aliviado. El tipo creyó que había triunfado, se le notaba en la mirada que empezaba a serenarse, estaba a punto de tomar la palabra, cuando el hombre de la guayabera elegantísima y mancuernas doradas de dudoso buen gusto levantó ligeramente su mano deteniéndolo. Era una fina manera de decirle espérame tantito, no he terminado.
-Te concedemos que Salinas dejó la economía prendida de alfileres. Está bien. ¿Estamos de acuerdo todos? Bien. Salinas dejó la economía prendida de alfileres. Ok… -hizo una breve pausa-, entonces, si la dejó prendida de alfileres… porqué tu presidente quitó los alfileres y provocó que se cayera. Que se desmoronara todo. En negocios ningún pendejo hace eso, mano, ni el dueño de una pinche taquería, ¿sale?, así que, por favor, y perdón por las damas, pero ya deja de tratar de vernos la cara de pendejos, o vete a chingar a tu madre.
Llegaron los postres y el país siguió igual de jodido, con millones de mexicanos que se jodieron gracias al señor de los alfileres, mientras el cinismo zedillista ganaba la propaganda con la misma explicación que muchos lo tragaron. Eso sí, para que olvidaran su torpeza, se vendió como el gran demócrata que permitió la alternancia, como si los millones de votos de los ciudadanos no hubieran contado para sacar de Los Pinos a su partidazo, al cual, por lo demás, traicionó de fea manera.
Pero esa es otra historia…
AL FONDO
Sobre su desempeño como presidente, sólo le agrego que Zedillo tuvo la brillante idea de nombrar en diciembre de 1996 a un general como zar antidrogas, al general José de Jesús Gutiérrez Rebollo, y luego de ese otro error de diciembre, dos meses después, en febrero de 1997, lo destituyó y mandó a la cárcel porque presuntamente el general trabajaba para un cártel, para el de Amado Carrillo, el llamado Señor de los Cielos. Raro, porque tiempo atrás había sido ese mismo general el que capturara al capo y… la Procuraduría General de la República de Zedillo lo soltó, lo dejó libre.
Pero bueno, supongamos sin conceder que el general Rebollo era narco. ¿No lo sabía Zedillo cuando lo nombró? Muy mal. Fatal. ¿Lo sabía y de todas las maneras y lo nombró? Pésimo. ¿O no era narco el general y se trató de algún tipo de vendetta de Zedillo por algo que descubrió el general, como el mismo acusó? De la fregada.
En cualquier caso, en cualquiera de los tres alfileres militares, ahí también el señor fue un caos y colocó al Ejército en su peor desprestigio desde 1968.
¿Qué hicieron sus propagandistas? Venderlo como un adalid antidrogas.
Zedillo, el ultracrepidario, sí, es cierto, tiene muchas historias, pero la Presidenta lo debió ignorar.
jp.becerra.acosta.m@gmail.com
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