Hace justamente diez años el suboficial de Inteligencia Iván Morales Corrales ya era considerado como un elemento de lujo en la Policía Federal (PF). Por eso, por su eficacia y valentía, el 1° de mayo de 2015 tuvo el honor de ser transportado en un Eurocopter Cougar de la Fuerza Aérea Mexicana junto a una colega de la propia PF, Alejandra Camargo Mera. No era cualquier vuelo en el espacio aéreo de Jalisco. No era un adiestramiento más en un helicóptero de guerra y ellos dos no viajaban al lado de militares comunes. No, Iván y la mujer policía volaban junto un comando que pertenecía a la élite entre la élite de las Fuerzas Especiales del Ejército mexicano. ¿Qué hacían ahí? Participaban en una misión de altísimo riesgo para capturar -o abatir- al líder del Cártel Jalisco Nueva Generación, Nemesio Oseguera Cervantes, alias El Mencho, que esa fecha pernoctaba en el municipio de Villa Purificación.
Luego de un severo enfrentamiento, un misil criminal hizo la diferencia: derribó la aeronave y todo acabó mal para las fuerzas de seguridad. Muy mal: nueve militares y la mujer policía murieron. Iván sobrevivió, a pesar del 70% de graves quemaduras que padeció en rostro y cuerpo.
Unos días después, Carlos Mendoza (camarógrafo), Nacho Reyes (fotoperiodista) y yo fuimos los primeros en dar con el lugar exacto de la batalla, que el gobierno federal mantenía en secreto. Escribí en aquel entonces (en Milenio, donde trabajábamos los tres) que, a diez metros de donde encontramos los restos principales del helicóptero (derribado con un cohete ruso), compañeros de armas de los soldados caídos cortaron dos troncos delgados, formaron una gran cruz asida con alambres, y la amarraron a un árbol. Y ahí, en el centro de la cruz, colocaron un dije con los símbolos de identidad de los militares caídos: un murciélago negro y una daga de combate con la hoja hacia arriba, la cual le cruzaba el cuerpo al animal. En lugar de rostro, el mamífero tenía un casco con grandes lentes de combate y un helicóptero de guerra.
En ese momento supimos que los soldados perdidos en combate al lado de la ranchería Villa Vieja no eran militares comunes: ese colgante con el murciélago identifica a soldados de excepción del selectísimo Cuerpo de Fuerzas Especiales adscrito a la Fuerza Especial del Alto Mando. Lo mejor de lo mejor. Quienes combatieron y cayeron eran miembros del Grupo Aeromóvil, el cual está entrenado para participar en operaciones secretas de alto riesgo y complejidad. Entre sus múltiples capacidades está la de realizar misiones nocturnas aéreas y terrestres, luego de descender a rapel desde sus helicópteros. Y eso fue exactamente lo que pasó: “Una operación nocturna extremadamente compleja y temeraria”, teclee durante esas horas.
Una operación tremendamente difícil porque los sicarios que protegen al líder del CJNG tenían un arsenal: fusiles gringos calibre .50, más ametralladoras estadunidenses, y, por si no fuera suficiente, lanzacohetes tierra-aire rusos RPG-27. A las 07:00 horas, cuando el Eurocopter número de serie M5244 volaba entre los municipios Casimiro Castillo y Villa Purificación, aún era de noche, lo que dificultaba aún más la captura del capo (ese día amaneció ahí a las 7:25). “Al iniciar la refriega entre el comando de élite y los narcos que se transportaban en camionetas, apenas clareaba. Testimonios de habitantes del poblado más cercano nos describieron los virulentos intercambios de fuego desde aire y tierra”, escribí.
La gente estaba aterrorizada por los estruendos. El lugar era un cementerio de fierros retorcidos y calcinados en medio sembradíos y hondonadas. La gente más vieja de los alrededores nos sugería retirarnos. Los criminales ya no estaban ahí, sólo sus halcones, tanto los jóvenes de gorra como los sombrerudos viejos. Cuando terminamos de grabar, nos fuimos, pero en los alrededores ya empezaba a gestarse un enorme despliegue de fuerzas militares.
En los días posteriores recorrimos más zonas a fin de dar cuenta del desplazamiento de tropas y armamento. Para registrar sus reacciones, en cada pequeño búnker y en cada retén que instalaban los soldados, yo les enseñaba las fotos de mi iPhone donde se veía lo que quedaba del Cougar derribado. Sus miradas se endurecían. Negaban con la cabeza en ademán de desaprobación y fruncían el ceño.
- ¿Están enojados? -les pregunté a un par de oficiales.
-Sí. Tendrán (los narcos) que responder ante la ley por sus crímenes -contestaron, mientras yo anotaba en mi libreta sus palabras. Miraban con rencor hacia cualquier lado.
Como publiqué a la sazón, formaban parte del poderoso 1er Regimiento Blindado de Reconocimiento del Ejército y exhibían con orgullo sus imponentes juguetes de guerra. Los blindados Panhard franceses, con capacidad para 12 soldados en su vientre, mostraban en sus techos sus ametralladoras calibre .50 operadas por un artillero, cada una las cuales pueden disparar mil balas por minuto, según dijeron. “Un aguacero de pólvora”, redacté. O una ametralladora que escupe fuego 375 veces por minuto. “Al menos seis balazos por segundo”, expliqué. Nos presumieron también una especie de fusil automático que lanzaba granadas de 40 mm hasta 60 disparos por minuto. Un granadazo por segundo.
-Tiene alcance de al menos mil 500 metros. Cuando explotan las granadas, todos ensordecen... -narraba un oficial.
-Se pasaron esos señores. Se van a atener... -arrastraba con desdén el “señores” un sargento entrevistado en otro punto.
Luego, días más tarde, en mi columna, también de Milenio, aventuré: “El Ejército perdió ese combate, pero, en la guerra contra el tal El Mencho, aplastará al CJNG. Con su desafío, ya se suicidó ese grupo: hace horas ya se dio en Jalisco el despliegue más poderoso de equipo que haya hecho el Estado mexicano contra el narco. La afrenta a Los Murciélagos no va a quedar así…”.
Desgraciadamente, de muchas maneras sí quedó “así” porque tanto el capo como sus sicarios cada vez se sintieron más empoderados: en este tiempo han hecho casi todo lo que han querido (por poco matan a Omar García Harfuch, ¿cierto?) y, justo diez años después de aquella osadía de derribar un helicóptero de la élite militar, el jueves pasado fueron a Temixco, Morelos, y ejecutaron a balazos al policía Iván Morales Corrales, el sobreviviente de aquel ataque cuyo rostro quedó completamente desfigurado en 2015 por las quemaduras que padeció. Hace dos días, a él y a su esposa los cocieron con más de 50 tiros. ¿Cómo sucedió? El sello de la casa: un ataque con vehículos y motos sincronizados y nadie vio nada, nadie hizo nada
¿Algún día el Estado mexicano pondrá honrar a aquellos Murciélagos (y a tantos militares más asesinados por el CJNG) a través de la captura de El Mencho? ¿A ellos y a los policías como Iván? ¿O, seguiremos lamentando más pérdidas de tropas mientras escuchamos narcocorridos burlones sobre las barbaridades perpetradas por el sicariato de ese sujeto?
¿Exactamente qué vamos a estar contando dentro de otros diez años, o qué van a contar quiénes nos sucedan en el periodismo? ¿Más ataques criminales como esos y más narcocorridos festejándolos?
Ojalá que no…
AL FONDO
La de Villa Purificación en 2015 no era la primera afrenta del CJNG contra el Ejército. Casi un año antes, el 13 de mayo de 2014, un teniente y cinco soldados del 32 Batallón de Infantería del Ejército trasladaban muestras de combustible decomisado en Guachinango a las instalaciones de la delegación de la entonces PGR en la capital de Jalisco. Al pasar justo bajo del arco de cemento que anuncia el ingreso a ese lugar, a Guachinango, el camión fue emboscado. Más de 30 sicarios del CJNG, subidos en seis vehículos, abrieron fuego contra los militares. Los criminales lanzaron granadas y el combustible que los soldados transportaban en tambos estalló. Cuatro miembros de la tropa cayeron baleados y calcinados. Horas después, las imágenes de los militares quemados y pegados en el asfalto eran macabras. Muy indignantes.
Meses después, el 19 de marzo de 2015, otros sicarios acribillaron a policías federales de la entonces llamada Gendarmería en Ocotlán, municipio colindante con el Lago de Chapala, con un saldo de cinco elementos muertos y cuatro bajas colaterales, cuatro civiles que aquel jueves a las nueve de la noche tuvieron el infortunio de caminar por las calles Manuel Martínez, Oxnard y Centenario. ¿Quiénes eran? Un estudiante de secundaria que regresaba de casa de un amigo junto a su padre. Él murió de un balazo directo al corazón; su padre, que cayó herido en el ataque, murió tres días después. También un mecánico que regresaba de trabajar y otro joven al que un sicario le metió una bala en el pecho para quitarle su motoneta y huir.
Por ese ataque, la Policía Federal también traía coraje contra el CJNG. Un mes y medio después, ocurrió lo del helicóptero donde iban Iván y su compañera policía a la caza de El Mencho, pero lo que más me impresionó fue el apoyo de los jaliscienses a los criminales. Ahí, en Ocotlán, cuando entrevistaba testigos del ataque a la PF de marzo de 2015, me respondieron cosas como estas:
“Para nosotros (los del CJNG) no son criminales, son los del otro bando nada más. Un bando son policías y militares y otro bando son ellos. No se meten con nosotros y nosotros no hablamos mal de ellos”, me decía, sin inmutarse y con mirada dura la dueña de una tienda de abarrotes ubicada a unos metros de la emboscada a los policías.
“Se portan bien con nosotras, nos invitan a pistear, a bailar y a los niños les regalan cosas”, me contaba la abeja reina de un grupo de colegialas.
“La connivencia narco popular”, escribí en mi crónica.
BAJO FONDO
El viernes 22 de mayo, tres semanas después de que los criminales tumbaran el helicóptero militar, policías federales se enfrentaron en Tanhuato (frontera entre Jalisco y Michoacán) con varios miembros del CJNG: hubo 42 muertos entre los sicarios y un policía caído luego de tres horas de balazos dentro de un enorme rancho llamado El Sol, donde se refugiaban los narcos. No se reportaron heridos entre los criminales y sólo se consignó un policía herido. Hubo tres detenidos entre los narcos. Semanas después se supo que, de los 42 miembros del CJNG abatidos en ese lugar, 34 eran oriundos de Ocotlán, sí, ese municipio a 86 kilómetros de Guadalajara donde sicarios habían emboscado a decenas de policías federales y donde ejecutaron a cinco elementos de la Gendarmería y mataron a cuatro civiles.
¿Lo de Tanhuato era una venganza del Estado por todos los agravios del CJNG?
No sería todo…
TRASFONDO
Poco después de lo del helicóptero, el 23 de junio del 2015, fue reaprehendido (sí, ya lo habían detenido en 2014 pero lo soltaron) Rubén Oseguera González, El Menchito, hijo del líder del cártel. Fue capturado por efectivos del Ejército y la PF. En febrero de 2020, fue extraditado a Estados Unidos.
El 7 de marzo pasado, fíjese bien, hace menos de dos meses, fue condenado a cadena perpetua en Estados Unidos. ¿Qué pasó durante el juicio? Los fiscales argumentaron que El Menchito fue quien ordenó derribar aquel helicóptero de la Fuerza Aérea Mexicana en Villa Purificación. ¿Quién declaró como testigo contra el hijo de El Mencho en septiembre pasado en una corte del Distrito de Columbia y describió todo el infierno que vivió en Villa Purificación y en años posteriores con el rostro desfigurado y el cuerpo machacado? El expolicía Iván Morales Corrales, el sobreviviente del helicóptero que fue ejecutado junto con su esposa hace dos días en Temixco, Morelos.
Ese es el largo brazo sicario del CJNG que el Estado mexicano no ha podido someter en once años, desde aquellos soldados baleados y calcinados en Guachinango en 2014. ¿Lo va a lograr pronto?
Lo dudo.
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