“Aunque sea entréguenme un huesito, un huesito para tenerlo conmigo", clama entre lágrimas Gustavo Hernández, padre de Abraham Zeidy Hernández, un hombre de 33 años desaparecido el año pasado en Nuevo León. Esta semana el padre sin hijo está frente a la secretaria de Gobernación, Rosa Icela Rodríguez. Tiene lágrimas en los ojos y en el pecho le cuelga una cartulina con la fotografía de su hijo. Es el inicio de la tercera mesa de diálogo entre el gobierno federal y colectivos de búsqueda. Digamos que es un encuentro entre el Estado mexicano y las madres y padres de desaparecidas y desaparecidos.
Pero, un momento…
Por favor detengámonos unos instantes y apelemos a nuestra humanidad. ¿Humanidad? En su quinta acepción es sensibilidad y compasión de las desgracias de otras personas. Tengamos compasión, pues. Misericordia, si usted quiere: virtud que inclina el ánimo a compadecerse de las miserias y los sufrimientos ajenos (justo lo que le ha faltado a la clase política mexicana en esta emergencia nacional, misericordia). No debería ser la misericordia una virtud sino una obligación social, pero bueno, cerremos los ojos un momento e imaginemos que a nosotros nos desaparecen una hija o un hijo.
De verdad visualicemos eso, una tragedia que nos parte el corazón en mil pedazos, que nos destaza el alma y el cerebro cada hora del día y cada minuto de la noche.
¿Dónde está mi hija? Imagine usted esa angustia permanente de no tener a su hija, de no saber si está viva o muerta, de desconocer si un narco-macho la tomó como botín de guerra, si la vejó hasta lo indecible y la descuartizó después, o si todavía la tiene presa como su objeto sexual. Cierre los ojos. Sienta en lo más hondo de su corazón la tragedia. Imagine que usted, en la desesperación más absoluta, a veces tuviera que rogar al cielo y al infierno para que su hijita mejor esté muerta. ¿Dónde estás, m'ijita, dónde estás? Denme aunque sea sus cenizas, al menos un huesito de ella.
Imagine ese desconsuelo. Imagine que todos los días usted sobrevive en un pantano de angustia y aflicción profunda. Un pantano donde cada jornada que pasa usted se hunde más en una incertidumbre desgarradora que deriva en muchas palabras que taladran su espíritu: pena, pesar, tristeza, aflicción, congoja, abatimiento, desaliento, desánimo, desfallecimiento, pánico, horror, desesperación, impotencia.
Vea usted ese desconsuelo de las madres buscadoras, de los de los padres buscadores cuando lloran en cualquier video e imagine ahora que la persona desaparecida por la que ellos lloran en realidad fuera su hijo, el de usted. Imagine que lo levantó un comando y que, desde entonces, desde hace meses, no sabe nada de él. ¿Cómo se sentiría usted cada semana desde que le arrebataron a su hijito? ¿Y si lo reclutaron a fuerzas para que fuera halcón? ¿Y si lo entrenaron para que también fuera sicario? ¿Y si lo obligan a torturar, despellejar y matar gente? ¿Y si se negó y lo apalearon hasta matarlo y luego lo quemaron y aventaron sus huesos y cenizas en una fosa de esas que hay en cada estado?
¿Cómo puede el Estado mexicano mitigar un poco ese inconmensurable desconsuelo social que han provocado (y siguen provocando) las guerras narcas?
¿Cómo, desde el Estado, se puede moderar, aplacar, disminuir o suavizar algo tan áspero y desgarrador como las desapariciones?
Usando el poder, todo el poder.
La única razón realmente profunda que tuve para votar por Claudia Sheinbaum fue porque, al hablar con gente cercana a ella, intuí que se iba a compadecer de la desgracia de las madres buscadoras. Pensé que ella iba a ser muy-muy poderosa (como ciertamente es) y que se percataría que ese enorme poder lo podría usar a través de la compasión. Intuí que, máximo seis meses después de asumir el poder, iba a encabezar una política de Estado para acompañar a las madres y padres de las mujeres desaparecidas y de los hombres desaparecidos (y de las niñas y niños, porque también hay chicas y chicos adolescentes desaparecidos a causa de estas guerras narcas que padecemos desde hace ya demasiado tiempo).
Sólo por eso voté por ella y ahora, un semestre meses después, noto que va entendiendo que las desapariciones sí son un problema de Estado (“prioridad nacional”, dijo) y que todos los funcionarios vinculados con el tema se deben abocar a ello con los recursos que se requieran, sin escatimar un peso y un instante, “o se van”, como advirtió Rosa Icela, quien agregó que Sheinbaum “no está jugando”.
¿Qué debe hacer ahora ella, la Presidenta? En mi opinión, y por lo pronto, lo que está haciendo a través de Gobernación: recibir cada vez que sea necesario a las madres para escucharlas, abrazarlas, pero, sobre todo, para consolarlas no sólo con un silencio respetuoso y unas palmadas en la espalda, sino con una orden tajante que debería ser algo así, muy público:
-Todas y todos a buscar a las y los desaparecidos. Todos y todos en la Comisión Nacional de Búsqueda, y en las comisiones estatales, van desde ahora a acompañar a las madres y padres buscadores, ¡pero ya! No hay un día más que perder. Es un asunto de Estado.
Y quien no lo haga, que se largue, porque entonces, si el Estado, después de escuchar a las madres y los padres no los acompaña en sus búsquedas cotidianas, con toda la tecnología y los recursos necesarios, lo de la Presidenta habrá sido una estruendosa simulación política, retórica humillante, un juego inadmisible.
No se trata en este momento de saber si las desaparecidas y desaparecidos van a ser encontrados, sino de buscarlas y buscarlos al lado de las madres, acompañarlas y acompañarlos hombro con hombro, fierro con fierro, pala con pala, con una perspectiva clara de derechos humanos.
Y con ello, veremos entonces si es real eso del “Humanismo Mexicano” que tanto pregonan.
BAJO FONDO
“Aunque sea un huesito para tenerlo y darle cristiana sepultura", decía entre lágrimas Gustavo Hernández, papá de Abraham, su hijo desapareció en Escobedo, Nuevo León, en abril del 2024, hace justo un año.
"Yo sé que la Presidenta va a cambiar esta historia y nos va a ayudar para que regresen a nuestras casas nuestros tesoros”.
Sus tesoros. Sus hijos. Sus hijas. “Aunque sea un huesito", suplicaba el hombre.
Ojalá, Don Abraham, ojalá.
jp.becerra.acosta.m@gmail.com
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