En México hay un tema sensible y doloroso: las personas desaparecidas. No conocemos la cifra exacta ni tampoco, como sociedad, hemos sido empáticos ante esta realidad escabrosa. Miramos pasar a personas marchando con rostros de sus familiares estampados en sus camisas; abrimos las redes sociales y encontramos publicaciones que contienen el tan temido: SE BUSCA. Transitamos por Paseo de la Reforma y vemos que la Glorieta del Ahuehuete está cercada y con cientos de rostros de personas desaparecidas, en esa misma avenida en el cruce con avenida Juárez está el anti-monumento de los 43 estudiantes de Ayotzinapa. La realidad se posa ante nuestros ojos y la omitimos, avanzamos pensando que nunca nos tocará a nosotros ni a los nuestros. Hemos perdido, por completo, el sentido de otredad. Somos la sociedad de la indiferencia.
¿Cómo hablar de los desaparecidos en México? ¿Cómo hacerlo sin dañar las fibras sensibles de las familias que buscan todos los días a sus seres queridos? Es necesaria mucha inteligencia, por eso no es extraño que Alma Delia Murillo haya sido la escritora que lo logró con su novela Raíz que no desaparece (Alfaguara, 2025).
La novela está construida de manera inteligente y aguda. Hay un manejo cuidadoso de los datos referentes a las desapariciones en México; aunque hay ficción, no queda duda, con la lectura, de la investigación que sustenta la construcción de los personajes y de la historia; se pormenoriza la corrupción imperante en el sistema de justicia y la no acción por parte de los gobiernos.
Las desapariciones son el centro de la novela, pero hay dos hilos conductores que permiten llegar al tema: los árboles y los sueños.
Una sociedad que busca enterrados a sus hijos es como un bosque que se muere en manos de una plaga. La persona desaparecida y enterrada en un lugar desconocido refleja la muerte que vivimos como sociedad, muerte de nuestros valores y del respeto a la vida del otro. Tan mal estamos como sociedad que ya no hay esperanza de encontrar a alguien con vida solo existe la resignación de encontrar los huesos, de darles un lugar donde descansar: “Ada sabe que su hijo pasó a otro plano, por eso lo busca enterrado en un árbol y no hace búsquedas en vida. Y, sin embargo, hasta ahora nunca hemos dicho esa palabra, la asumimos tácita igual que decimos los malos, o los mañosos, para no nombrar cárteles ni funcionarios.”
Alma Delia Murillo, es una de las mejores escritoras en México. Su capacidad de diseccionar la realidad y presentarla de manera nítida hace que su narrativa sea una referencia para la sociedad y se convierta en una denuncia pública de los problemas que nos aquejan y se profundizan cada día más.
Raíz que no desaparece presenta en los sueños la posibilidad para las madres buscadoras de volver a ver a sus hijos, escucharlos y comunicarse con ellos. De que sean los sueños la esperanza de encontrarlos. Los sueños sustituyen a las autoridades, igual que lo hacen las madres que no esperan a los tortuosos e infinitos tiempos burocráticos que terminan por hacer que el nombre la persona desaparecida se convierta en un número, en una carpeta que terminará empolvándose y olvidándose, quedando debajo de otros nombres que son sinónimo del dolor de cientos de familias.
Estamos ante una gran novela, un cristal poliedro que nos muestra todas las caras del dolor, la corrupción, la esperanza y la violencia. Es, también, una denuncia pública que generará empatía y despertará una reacción entre la sociedad. Raíz que no desaparece se niega a convertir a las víctimas en un número y les otorga un nombre y una historia dolorosa que nos hará no olvidarlos nunca y exigir justicia para los más de 120 mil desaparecidos en México.
Hasta aquí Monstruos y Máscaras…