Vivimos un tiempo donde todo es a la ligera. Lo que pensamos y escribimos no pasa por un filtro que permita contrastar las ideas. No somos capaces de interpretar nítidamente la realidad, aunque sería mejor pensarlo en plural: realidades.
El mismo avance tecnológico es un desafío para el comportamiento humano. Lo que decimos y pensamos ya no solo es juzgado por la sociedad, ahora las máquinas hacen uso de esa información, que todos los días entregamos y ellas codifican, primero basadas en nuestra visión de las cosas y después asumiendo su propia postura a partir de los datos que acumulan.
Vivimos la época con mayor información y, extrañamente, estamos menos informados. La gran cantidad de datos que consumimos día a día resulta ser, en su gran mayoría, chatarra digital: cumple la función de entretener y no de informar. A esto se suma la vigilancia que se ejerce, a través las redes sociales, hacia nosotros y la que ejercemos a través de las mismas a los otros. Lo que decimos y hacemos está sujeto al escrutinio de los demás.
Cuando pensamos en censura de inmediato imaginamos a un gobierno totalitario que cancela la posibilidad de expresar libremente nuestras opiniones. En nuestro país es una realidad que se vivió por años con el régimen priista. Pienso en Nicaragua, donde Sergio Ramírez y Gioconda Belli fueron perseguidos y expulsados de su país. No es extraño que esto suceda, al autoritario le preocupa quien piensa por una simple razón: es capaz de imaginar, y quien imagina: crítica y propone nuevas realidades. Se censura la verdad y se persigue a quienes la buscan, esa fue la grandeza que George Orwell logró captar en su célebre novela 1984.
Estamos en el ocaso de los intelectuales, los espacios de opinión no están reducidos, únicamente, a la televisión, los medios impresos o la radio. Las redes sociales se han convertidos en el lugar donde todos opinamos, expresamos nuestros sentimientos, criticamos o simplemente manifestamos nuestro estado de ánimo. Esta realidad marca un reto: ¿cuál es el límite de nuestra libertad en las redes sociales?, y, ¿quién pondrá los límites y verificará que se cumplan? Esa es la discusión de nuestros días, y no debemos dejar que se quede en un debate banal marcado por ideologías políticas, se debe de centrar en encontrar salidas que hagan que la libertad no se convierta en libertinaje y donde la interpretación este regulada no por los intereses de quien aplica la ley sino por la norma.
Un ejemplo es la patética sentencia de un tribunal a favor Diana Karina Barreras, diputada federal y pareja de Sergio Gutiérrez Luna, actual presidente de la Cámara de Diputados, logró que un tribunal fijará una sentencia, absurda, una ciudadana debe pedir una disculpa durante 30 días dirigiéndose a la diputada como “Dato protegido”. Esta forma de aplicar la ley es caricaturesca y es más una penitencia religiosa y moral que la aplicación sensata del derecho.
Es urgente regular las redes sociales para tener sentencias claras para quien viole la ley y trasgreda los derechos del otro. Es por demás necesario que se conceptualice lo que es violencia de género, la palabra ha sido muy manoseada y no cumple, ahora, el fin original que tenían, ahora se usa, a modo, para sacar ventaja política.
Regular las redes sociales permitirá erradicar absurdos que pueden terminar en censuras. Las redes viven un auge que pone en riesgo nuestras libertades. Pensemos el hecho de mencionar o subir una foto del libro La próxima vez que te vea, te mato de la escritora chilena Paulina Flores, puede ser causa de que se elimine la publicación por estar la palabra te mato. Urge la discusión pública sobre la regulación de las redes sociales y la Inteligencia Artificial en aras de proteger la libertad de expresión.
Hasta aquí Monstruos y Máscaras…