Al Dr. Javier Garciadiego

La Revolución Mexicana es un proceso histórico que sigue vivo en nuestro presente. Recurrimos a ella para encontrar respuestas a nuestro tiempo. Dos personajes predominan en el imaginario colectivo: Francisco Villa y Emiliano Zapata, su personalidad explosiva, polémica y llena de contrastes suele ser más atractiva. Son los héroes que busca toda historia de buenos y malos. Dos hombres que con las balas se impusieron a la desigualdad y a la injusticia, por lo tanto no es extraño que el gobierno los use como estandarte de sus causas y por lo tanto los ciento cincuenta años del natalicio de Francisco I. Madero hayan pasado desapercibidos.

El Apóstol de la democracia es un personaje al cual los historiadores y académicos han quedado mucho a deber. Siendo la figura central de la Revolución solo sabemos de él que llamó a levantarse en armas mediante el Plan de San Luis; ganó de manera democrática las elecciones en 1911; era espiritista; fue asesinado junto a José María Pino Suárez en 1913. Esos son los datos que nos enseñan.

Y entonces: ¿Cuáles fueron sus principios? ¿Cómo construyó su ideario político? ¿Quién era antes de buscar la Presidencia de la República? ¿Cuáles fueron sus aciertos y errores durante su gobierno? ¿Cuál es su herencia al México de hoy?

Francisco I. Madero formaba parte de las familias acaudaladas del porfiriato, esa ventaja le permitió ir a Francia a estudiar Peritaje Mercantil y en aquel país conoció el espiritismo, pero también entendió el liberalismo, por ello dentro de su pensamiento se encontraba el regresar a la Constitución de 1857; y había que agregar que su cercanía –fronteriza- con Estados Unidos le ayudó a construir su idea de democracia.

Stanley R. Ross en su libro Francisco I Madero. Apóstol de la democracia mexicana (1955) escribe: “Es dudoso pensar que Madero presumiera inicialmente que podía salvar a sus conciudadanos. Más bien sus esfuerzos anteriores eran resultado de la creencia de que él, como todos los demás ciudadanos, tenía la sagrada obligación de cooperar en la práctica de la democracia.” Lo anterior nos hace pensar lo erróneo que es observar a la figura de Madero desde el espiritismo. Su pensamiento se forma y construye durante sus años como estudiante.

Madero es un político que se mueve persiguiendo sus ideales de democracia y justicia; de respeto a las instituciones; del diálogo antes de la guerra. Por ello es lamentable describirlo como ingenuo. Si en México hubiéramos seguido su ejemplo democrático nuestras instituciones estarían construidas en la confianza y no se tendría una maraña de reglas que se suman a más reglas las cuales pretenden dar certeza a una sociedad que desconfía.

La figura del Apóstol de la democracia es necesaria en nuestro presente, en su corto tiempo político: se opuso a la reelección del gobernador de Coahuila; financió el periódico Regeneración de Ricardo Flores Magón; dejó claro en su libro La sucesión presidencial en 1910 que la democracia era la solución para los males de nuestra nación -¡Y lo sigue siendo!; pugnó por la transición política de manera democrática; respetó los pesos y contrapesos y la libertad de prensa; creó el Departamento de Trabajo.

Su error fue uno: no dejar en el Ejército a los revolucionarios que se levantaron en armas junto a él. El exceso de confianza en generales y políticos porfiristas terminó por dinamitar su gobierno, no así su herencia que nos pertenece. La construcción de la democracia tiene décadas y su defensa en los años próximos tendrá que tener el estandarte de la figura de Francisco I. Madero, que dicho sea de paso merece una actualizada y académica biografía.

Hasta aquí Monstruos y Máscaras….