En memoria del suboficial Iván Morales Corrales
Recuerdo que con frecuencia mi papá nos sentaba frente a él para repetirnos, una vez más, las reglas básicas para proteger y prevenir cualquier riesgo. Siendo cinco hermanas y dos hermanos, las indicaciones debían quedar bien grabadas en cada una y cada uno de nosotros.
Con gran paciencia, pero también con firmeza, nos instruía sobre la prohibición de hablar con extraños, sobre los cuidados para cruzar una calle, o bien, para ir caminando siempre juntos a la escuela. Hacía especial énfasis: “si se pierden, busquen a un policía, díganle que no saben regresar a casa y denle la dirección, porque ese policía los va a traer de regreso”.
Nunca lo vi dudar al respecto, y la seguridad con que nos advertía los pasos a seguir nos transmitía certeza y, en especial, confianza y respeto a las y los policías. Jamás dudamos de que siendo autoridades absolutamente confiables, podríamos regresar sanos y salvos a nuestro hogar, pero sé que los tiempos han cambiado, y no para bien, aunque es injusto generalizar pues hay policías valiosos.
Recientemente leí la vida del ex suboficial Iván Morales Corrales, que pertenecía a la ya desaparecida Policía Federal, y que en un fallido operativo, justamente hace 10 años, para capturar al líder del Cártel de las cuatro letras, CJNG, gran parte de su cuerpo sufrió quemaduras que deformaron su rostro.
Me conmovió su valentía, arrojo y las razones por las cuales salió entre llamas de ese helicóptero que los criminales hicieron caer. Iván Morales relató a la reportera Isabel Mateos del periódico El País: “En ese momento mi esposa estaba embarazada de mi primer hijo, y ese fue el motivo más importante o la fuerza que me dieron para poder salir. Conocer a mi hijo, ver a mi esposa que estuviera bien. Todo el tiempo estuve pensando en eso”, afirmó.
El rostro del policía mostraba la gravedad de esas quemaduras, un rostro que borró el que tenía apenas unas horas antes de la caída de ese helicóptero. Pero lo mostraba con orgullo, porque arriesgándolo todo estaba vivo para seguir combatiendo a los criminales, y también, para ver crecer a su hijo y abrazar a su familia.
Hace unos meses decidió testificar en contra del hijo del líder criminal que años antes ordenó a sus huestes derribar el helicóptero en el que iba, y este 1 de mayo, fue asesinado con su esposa por un grupo de sicarios.
Este policía que nunca abrazó a los criminales ni se amedrentó frente a ellos, es hoy una víctima que, si bien en su momento fue reconocido y condecorado, hace apenas unos días viajaba como millones de ciudadanos y sin protección alguna. La venganza tardó, y ese hijo por el cual salió entre llamas, hoy quedó huérfano, y esa esposa que le dio fuerza y valor para sobrevivir, fue también asesinada por sus victimarios.
Con estas líneas quiero rendir un homenaje a las y los policías, que no obstante de tantas adversidades y carencias, han sido y son heroicos defendiendo a nuestras familias. Que se han mantenido leales a su mandato, y que al perder la vida frente a los criminales, suelen quedar en el anonimato y el olvido.
A las y los policías que desafiando la política del sexenio anterior de “abrazos no balazos”, eligieron arriesgar sus vidas sabiendo que el miedo no debe estar del lado de los ciudadanos.
Anhelo que volvamos a vivir en ese México, en donde niñas y niños puedan encontrarse con muchos Ivanes Morales, para tener la certeza de que de su mano regresarán seguros a sus hogares, pero el anhelo es absolutamente insuficiente, cuando urge que el Estado mexicano actúe para hacerlo realidad.
Gracias Iván Morales. Mi más sentido pésame a su hijo y familia.