Vi, en vacaciones, la serie de cuatro capítulos “Churchill y la guerra” en Netflix. Refrendé la idea de John Lukacs, deslumbrante historiador de la Segunda Guerra Mundial, en el sentido de que no hay duda de que la guerra la ganaron los Estados Unidos y la Unión Soviética, pero quien no la perdió fue Inglaterra. Cuando Churchill asume como primer ministro, Hitler ha logrado conquistar prácticamente toda Europa; la URSS firmó un pacto de no agresión con la Alemania nazi, se repartieron Polonia, y no piensan entrar a la conflagración, mientras en los Estados Unidos, sociedad y gobierno, ven de lejos las hostilidades en el continente. Churchill y la Gran Bretaña son los que deciden resistir desde su aislamiento.
No obstante, lo que quiero traer a cuento es otra cosa. Según la serie, Churchill mandó un mensaje a Stalin avisándole que los nazis invadirían su país y éste no hizo caso. Fui entonces a revisar la monumental historia del inglés sobre La segunda guerra mundial, y ahí, en un capítulo titulado “La némesis soviética”, Churchill ofrece su versión. Némesis, escribe, “es la diosa que le da a cada uno la recompensa o el castigo que le corresponde, reduce las fortunas desmedidas, pone freno a la presunción que las acompaña y venga los crímenes extraordinarios”.
Sigue: “Hasta finales de marzo (de 1941) no me convencí de que Hitler estuviera decidido a emprender una guerra mortal contra Rusia”. Pero los servicios de inteligencia le empezaron a informar de “amplios movimientos de tropas alemanas hacia los países balcánicos”. En Rumanía y Bulgaria estaban concentrándose, y el desplazamiento de tropas hacia Cracovia convenció al primer ministro inglés de las intenciones de Hitler de invadir la URSS. El 3 de abril le envió “un mensaje breve y críptico” a Stalin, alertándolo de lo que venía (en el libro se puede leer). Según Churchill también “Estados Unidos había enviado constantemente información todavía más precisa al gobierno soviético. Nada de lo que pudiéramos hacer atravesó los prejuicios ciegos y las ideas fijas de Stalin”.
Y como bien se sabe, la invasión se produjo y el ejército soviético fue “sorprendido”. Recordé entonces un libro que el inolvidable Pablo Pascual me recomendó hace como 50 años: La orquesta roja, de Gilles Perrault, sobre la red de espionaje soviética encabezada por Leopold Trepper que también informó a Stalin de las pretensiones nazis e igualmente fue ignorado (el propio Trepper luego escribiría su versión en El gran juego). Y no fue el único. Richard Sorge, desde Japón, y asimismo espía (descubierto y ahorcado), envió información coincidente con la de Trepper y Sándor Radó, jefe de la red de espionaje soviético en Suiza, también alertó sobre las intenciones alemanas (se puede ver su libro Dora informa). No los escucharon y eso que trabajaban para ellos. (Por cierto, Trepper y Radó a su regreso a la URSS fueron encarcelados).
Moraleja: La información puede ser menos importante que las nociones preconcebidas. Cada quien entiende las situaciones, los entornos, a través de una serie de lentes que funcionan como puentes y filtros con la realidad y a través de los cuales se forman las representaciones. Incluso hay anteojos que no solo distorsionan los hechos, sino que incluso impiden verlos. “Los prejuicios ciegos y las ideas fijas”, de las que habla Churchill, pueden ser más potentes que las evidencias. Estas últimas, si la cerrazón es contundente, incluso pueden, como en un acto de magia, desaparecer.
Profesor de la UNAM