El 14 de junio de 1940 las tropas nazis ocuparon París. Hasta el 24 de agosto de 1944 la capital francesa vivió bajo el mando alemán. “Francia se ha disuelto como un terrón de azúcar en un vaso de absenta”, escribe Philippe Collin, al inicio de su novela El barman del Ritz (Galaxia Gutenberg. Traducción de Adolfo García Ortega. Barcelona. 2025).
Miles de parisinos huyen, otros viven angustiados con una incertidumbre recargada, no faltan las bandas de saqueadores que aprovechan el momento, pero, nos dice Collin, en la Place Vendôme, el gran hotel Ritz sigue abierto. Y en él, el Petit Bar, atendido por Frank Meier, continúa funcionando. Meier es austriaco y el bar su “fortaleza”. Lleva veinte años a cargo de él y “es una leyenda en el mundillo del lujo”. “Oculta un secreto: es judío”.
Así arranca la novela, construida con personajes que existieron, entre ellos el propio Meier, y otros que son fruto de la imaginación del autor. “Todos los hoteles han sido requisados por el ejército alemán”, pero “la Place Vendôme se beneficia de un estatus especial… El Ritz puede seguir recibiendo a su clientela habitual. El bar, por supuesto, sigue abierto…”.
El hotel y el bar son los escenarios fundamentales del relato. Un microcosmos en medio de la catástrofe. La vida continúa y más de uno desea que siga como si no hubiese sucedido nada. Se aspira a no ser perturbado por eso que ocurre en el exterior. Los oficiales nazis toman el bar como un buen lugar de reunión y resignados, algunos franceses están convencidos que lo mejor es “aprender a vivir con ellos”. “En el Ritz, los alemanes están en su casa… En menos de una semana, París se ha puesto a la hora alemana. Pétain ha firmado el armisticio… la cruz gamada ondea ya sobre todos los monumentos… El gran hotel ha sido dividido en dos grandes alas… (una) reservada a los oficiales de alta graduación de la Wehrmacht y a los dignatarios del Reich (y) el ala que da a la rue Cambon permanece abierta al público y podrá albergar a civiles, con libre acceso al restaurante y al bar”.
Un nuevo orden (y por fin llego al tema que deseo subrayar). Y muchos se aprestan a acomodarse. Dado que la vida continúa, si bien bajo otro formato y no pocas humillaciones, hay que encontrar una ubicación desde la cual seguir existiendo o incluso medrando. El caso de Marie-Louise Ritz es elocuente. “Mujer de otra época, nacida en tiempos de Napoleón III… educada con rigidez… se puso del lado de los accionistas hasta que estos la nombraron presidenta del consejo de administración, una proeza inaudita”. Lo único que desea es que el Ritz siga funcionando. Le incomoda que los nazis irrumpan en el bar con una corte de prostitutas, por lo que instruye a Frank Meier a que intente hacer volver a la vieja clientela del Ritz. No le enfadan los alemanes, son los nuevos clientes en su hotel, lo que le preocupa es que lo degraden.
Busca acomodarse en la nueva circunstancia. No es la única. Cuando los campos de ganadores y derrotados son tan nítidos, parvadas de hombres y mujeres vuelan hacia el bando de los triunfadores. Este último es como un imán, como la mierda para las moscas. Su fuerza de atracción es inmensa y actúa sobre todo aquello que se mueve: unos buscan colocarse entre los jefes y los más por lo menos en donde puedan ser beneficiarios de algunas migajas. La conseja de “acomodarse” traspasa a la sociedad desde la cúspide hasta la base. Para muchos, acomodarse, es incluso sinónimo de sagacidad, de inteligencia.
Profesor de la UNAM.