La relación de México con Estados Unidos se encuentra en un inédito escenario cargado de tensiones. La frontera norte vive un nivel de militarización sin precedentes, con tropas, drones y patrullajes intensificados, con el objetivo de contener la migración y frenar el crimen organizado. Este despliegue, más allá de su impacto operativo, tiene un mensaje claro: presión silenciosa sobre la política mexicana y sus decisiones internas.
En paralelo, la economía mexicana enfrenta otro preocupante frente: los aranceles que Estados Unidos ha insinuado imponer sobre productos clave, como respuesta a la percepción de falta de cooperación en seguridad y control de narcotráfico. Los expertos advierten que estos aranceles podrían afectar sectores estratégicos y generar un efecto dominó en inflación y empleo. La disminución de remesas, otro factor ligado a la migración y la economía de la frontera, añade una presión adicional sobre millones de familias mexicanas dependientes de estos ingresos.
Tras bambalinas, la relación bilateral transcurre entre gestos simbólicos y decisiones concretas. El envío de 26 narcos a Estados Unidos, aunque legalmente justificado, ha sido interpretado como un acto de tensión y un recordatorio de la estricta presión estadounidense sobre México. Sin embargo, el gobierno mexicano busca actuar con autonomía, evitando el sometimiento y defendiendo la soberanía nacional. El impredecible cambio de humores de Trump y sus abruptas decisiones, pueden alterar la relación de un día para otro, generando incertidumbre sobre el futuro de acuerdos comerciales, política migratoria y operaciones conjuntas de seguridad. Esta volatilidad obliga a México a maniobrar con cautela, priorizando la estabilidad interna y la protección de su economía, mientras se negocia manteniendo el equilibrio sobre una delgado cable. La industria automotriz observa con cautela la renegociación del T-MEC. Reglas de origen, salarios mínimos y cuotas de exportación son piezas de un delicado tablero. México necesita cumplir acuerdos, pero también proteger su capacidad productiva y los empleos que dependen de ella. Un tropiezo podría frenar la inversión y generar incertidumbre en un sector estratégico para a economía nacional. En materia de comercio, los aranceles deben convertirse en instrumentos previsibles. Solo con reglas claras y pactadas se puede aspirar a una relación duradera, estable y madura entre ambos países. La certidumbre protege a productores, consumidores e inversionistas y refuerza la autonomía mexicana frente a presiones externas. Estados Unidos en su Travel Advisory para México, recién incorporó el riesgo de “terrorismo”, además de delincuencia y secuestros para no viajar a 30 entidades del país.
Resulta imperiosa la visita de Marco Rubio para generar acuerdos en torno a seguridad, comercio, turismo, política fronteriza e implementación de aranceles. Esta visita podría aminorar la tensión imperante, creando un más estable escenario de coordinación y equilibrio, sin cuestionar nuestra soberanía, garantizando que los ciudadanos no paguen los platos rotos por tensiones externas. Preocupa la posibilidad de que Estados Unidos decida capturar determinados narcos en territorio nacional o enviar drones -antier sobrevoló un dron-, sin acuerdo previo de colaboración con el gobierno de México.
Frontera militarizada, aranceles, disminución de remesas e influencia de un impredecible Trump, dibujan un escenario complejo. La última de Trump: “México hace lo que nosotros le decimos que haga”. Sheinbaum tendrá que hacer malabares entre diplomacia y firmeza frente a Trump.