Pemex es la obsesión nacionalista por excelencia. Pemex es sinónimo de soberanía, es nuestro orgullo, patrimonio de todos los mexicanos. Pemex va porque va, ha sido mal manejado, pero cada gobierno tiene la fórmula para rescatarlo.
La presidenta Sheinbaum lo afirma contundente: “Pemex es rentable, el problema es la deuda que nos dejó el neoliberalismo”, prometiendo lo que su antecesor ya había prometido: El gobierno lo rescatará y, a partir de 2027, Pemex se financiará con sus propios recursos. Durante 2025 y 2026 la petrolera contará con un instrumento financiero propiciado por la Secretaría de Hacienda, por 250 mil millones de pesos para proyectos y cubrir adeudos a proveedores, para lo cual Hacienda lanzó una emisión de deuda pública por 12 mil millones de dólares, con vencimiento a 2030. No nos vayamos con la finta, la mejora de la calificación de Fitch a Pemex, obedece a dicha colocación, no precisamente a resultados. El gobierno de AMLO le inyectó a Pemex 1.2 billones de pesos y aun así en 2024, la empresa tuvo una pérdida neta de 620 mil 605 millones de pesos, acumulando una pérdida sexenal aproximada a 1.6 billones de pesos. Añade la Presidenta que la producción de crudo gira alrededor de 1.6 millones de barriles diarios y se pretende llegar a estabilizarla en 1.8 millones de barriles diarios. Sin embargo, las cifras oficiales muestran una producción de 1.3 millones de barriles diarios, el nivel más bajo desde 1979.
El diseño operativo del plan 2025-2035 anunciado en Palacio Nacional, suena impecable en Power Point: Reducción del endeudamiento. Acceso a nuevas fuentes de financiamiento, eficiencia operativa, fortalecimiento del perfil financiero y transición hacia un modelo sustentable. Promesas recurrentes, AMLO habló de eficiencia, refinación y soberanía energética, y terminó dejando una empresa más endeudada y menos productiva. Hoy Claudia promete lo mismo, pero con la novedad de que el gobierno absorberá la mitad de los vencimientos de deuda en 2025, un parche fiscal que en nada soluciona la falta de rentabilidad.
Pemex no solo pierde en refinación, también importa más gasolina de la que produce, mantiene subsidios costosos y enfrenta reservas limitadas: apenas 8.5 años al ritmo actual. La narrativa oficial insiste en que Pemex ha sido víctima del neoliberalismo, pero lo cierto es que la empresa es víctima del populismo energético. Si en seis años y con recursos históricos no se logró revertir la caída, ¿por qué ahora sí? Para que ahora sí, sería necesario, aparte de abatir la corrupción y tener exclusivamente la plantilla laboral requerida, implementar el fracking, aceptar la inversión privada y recurrir a la tecnología de punta. México tiene vastos recursos en formaciones no convencionales que no se explotan por dogma ideológico. Las petroleras internacionales dominan las técnicas para extraer crudo y gas a costos competitivos. Abrir la puerta al capital privado no es claudicar, es sobrevivir. La reforma energética de 2013 fue un paso en esa dirección y hoy urge retomarlo con pragmatismo. El remedio definitivo no es otro rescate fiscal, sino una cirugía profunda: alianzas estratégicas, tecnología de última generación y explotación racional de recursos. Todo lo demás son paliativos que, como hasta ahora, terminan en humo… y deuda.
Analista político