Donald Trump lo dijo con ese tono soberbio que mezcla halago y desprecio: “La presidenta de México es una mujer encantadora, pero le tiene tanto miedo a los cárteles que ni siquiera puede pensar con claridad”. El comentario, más que una ofensa, fue una radiografía brutal de cómo ve Washington -y buena parte del mundo- la situación mexicana: un país donde el narcotráfico dejó de ser enemigo para convertirse en entorno, aprendiendo a coexistir con el poder político, cultural y social.

Trump exagera, como siempre, pero no inventa, su frase revela lo que Estados Unidos sabe, investiga y archiva: que el crimen organizado ha penetrado profundamente el territorio nacional y que su influencia ya no se limita a las montañas o a las rutas del tráfico, sino que toca estructuras de gobierno, corporaciones policiacas y redes financieras.

Los juicios en Estados Unidos lo han documentado reiteradamente. “El Chapo” Guzmán, García Luna, el “Mayo” Zambada y decenas de operadores lo han cantado para salvar su vida, describiendo un país con regiones enteras bajo el control del narco. Han relatado sobornos a funcionarios, pactos de protección, acuerdos silenciosos entre gobiernos locales y organizaciones criminales. Detrás de las frases de Trump hay más información de la que México se atreve a reconocer.

Hoy el narco no requiere esconderse, produce música, patrocina espectáculos, influye en elecciones, dicta modas y hasta impone silencios. En TikTok, jóvenes exhiben fajos de billetes al ritmo de corridos tumbados, en los palenques, multitudes corean letras que glorifican asesinatos, en las series, el capo es el héroe que logra lo que el Estado no puede: poder, riqueza y respeto. La violencia ya no escandaliza, entretiene.

La política, por su parte, se acomoda, gobernadores y alcaldes posan con artistas ligados a los cárteles, las campañas evitan el tema, en tanto que el discurso oficial insiste en que “vamos bien”. El dinero sucio circula en la economía formal, el lenguaje del narco invade el habla popular y el miedo sustituye a la autoridad, llegamos a una silenciosa colonización cultural.

El despectivo Trump nos refiere como un país que ha aprendido a convivir con su crimen y a justificarlo como parte del folklore. El narco además de dominar rutas, domina imaginarios, nos impone sus corridos, su estética y sus mitos. Y lo más peligroso, Trump podría convertir todo esto en un instrumento de presión. En la renegociación del T-MEC no solo pondría sobre la mesa temas arancelarios o migratorios, sino el argumento de que México está infiltrado por el crimen organizado, como justificación para exigir concesiones, imponer condiciones o amenazar con sanciones. Así, el comentario del magnate no fue un exabrupto, fue un aviso, porque si el narco domina la narrativa mexicana, Trump dominará su traducción política.

En tanto, como si deshojara la margarita, Trump nos libera -por lo pronto- de los aranceles que mañana entrarían en vigor, al tiempo que cancela todas las rutas del AIFA hacia Estados Unidos, además de congelar nuevas rutas aéreas de Aeroméxico, Volaris y Viva Aerobus desde el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México hacia los Estados Unidos.

Lo dicho: La zanahoria y el garrote.

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