De todos los caprichos del pasado sexenio, quizá ninguno tan costoso, absurdo y destructivo como la guerra personal de Andrés Manuel López Obrador contra la aviación mexicana. Texcoco, que hubiera sido el “hub” más ambicioso de América Latina, fue cancelado por decreto presidencial, no sin antes “ser consultado” en una farsa de participación popular donde votaron apenas unos cuantos miles. El pueblo bueno y sabio, que no vuela, decidió el futuro de quienes si lo hacen. Así, de un plumazo, se desechó un proyecto respaldado incluso por Mitre, autoridad global en seguridad y navegación aérea, avalando la ubicación, diseño técnico y operación del NAIM.

Hoy, en pleno 2025, los saldos son desoladores. El Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México -AICM-, que debió haber operado óptimamente sin hacérsele inversiones mayores, mientras se construía el NAIM, fue dejado caer en pedazos. Se cerraron decenas de slots con el pretexto de “saturación”, pero más bien para empujar a las aerolíneas al elefante blanco de Santa Lucía: el AIFA.

El resultado es que ahora tenemos 3 aeropuertos disfuncionales: uno saturado, uno desierto y otro improvisado. El AIFA, pese a toda la propaganda oficial, sigue siendo inviable: aislado, mal conectado y con vuelos que no justifican ni el sueldo del staff. El AICM, envejecido y colapsado. Y Toluca, nuevamente improvisado como salvavidas. Una comedia de errores sin aterrizaje forzoso. López Obrador no sólo destruyó un proyecto aeroportuario, desmanteló el sistema. Obligó a las aerolíneas de carga a mudarse al AIFA, generando pérdidas millonarias. La conectividad cayó, los tiempos aumentaron y los costos se dispararon. Para colmo, ahora Estados Unidos amenaza con represalias, controlar vuelos de aerolíneas mexicanas, revisar acuerdos bilaterales e incluso cancelar la asociación entre Delta y Aeroméxico, la famosa joint venture que permitía compartir rutas y ganancias. Washington advirtió que no va a tolerar el uso del espacio aéreo mexicano como garrote político.

¿Y Texcoco? De haberse inaugurado en 2022 como estaba previsto, hoy recibiría entre 70 y 80 millones de pasajeros anuales -más que el doble que el AICM antes de la pandemia – y posesionando a México como el gran nodo de conexión entre Sudamérica, Norteamérica y Europa. El NAIM habría generado más de 450 mil empleos directos e indirectos y facturaríamos miles de millones en inversión y turismo. Pero no ganó la ideología, perdió el sentido común, tenemos un AIFA que ni regalando vuelos llena las salas, una aviación de rodillas, aerolíneas con operaciones limitadas y una reputación internacional por los suelos. Y para rematar el sexenio, AMLO resucitó a Mexicana de Aviación. ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Cuánto cuesta? ¿Hasta cuándo vamos a financiar este capricho militarizado? Una aerolínea estatal manejada por la Sedena, sin experiencia comercial ni modelo de negocio, que compite con pérdidas contra empresas privadas. Otro monumento a la nostalgia y al control.

AMLO quería pasar a la historia, y lo logró, pero como el presidente que canceló el mejor aeropuerto de América Latina. Y mientras Claudia Sheinbaum intenta recomponer el entuerto sin desairar al gran tlatoani, la aviación mexicana sigue en picada. Y los pasajeros, como siempre, pagando el boleto más caro: el de la incompetencia disfrazada de soberanía.

Analista político

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