Justo hoy se consuma la más descarada burla a la democracia, perpetrada por gobierno alguno. Nicolás Maduro, evidente perdedor de las elecciones presidenciales en Venezuela, sin mostrar prueba alguna de su supuesto triunfo —su opositor Edmundo González Iglesias documentó su triunfo por 67% de los votos, presentando 81.7% de las actas originales—, será juramentado para un tercer periodo presidencial, tras haber sido proclamado vencedor de las mismas, por 51.2% de la votación, por el incondicional Consejo Nacional Electoral.

La candidata natural de la oposición, la popular María Corina Machado, injustamente inhabilitada para contender, fue suplida por el diplomático Edmundo González Urrutia, quién ante la persecución y hostigamiento post electoral por parte de Maduro —ofrece 100 mil dólares por su captura— hubo de exiliarse a España, ha anticipado su presencia hoy en Caracas para juramentar como presidente de la República. En tanto, en su recorrido hacia Venezuela, el líder opositor se ha entrevistado con los presidentes de Argentina, Uruguay y Estados Unidos y once expresidentes de América Latina —entre ellos Fox y Calderón— con quienes pretende viajar a Caracas. Las autoridades venezolanas amenazaron con arrestar a González Urrutia, en tanto que la Asamblea Nacional declaró personas non gratas a los once ex que intentan acompañarlo.

El régimen de Maduro es apoyado por Rusia, Irán, Cuba, Nicaragua, Bolivia, Honduras, Corea del Norte, Bielorrusia, Turquía y Qatar. González Urrutia es respaldado, además de Estados Unidos, Argentina y Uruguay, por Chile, Costa Rica, Perú, Panamá, República Dominicana, Paraguay y la Unión Europea. Brasil y Colombia, férreos críticos del comportamiento post electoral de Nicolás Maduro, junto con México, enviarán representantes oficiales a la toma de posesión de Maduro, lo cual no significa un reconocimiento pleno al juramentado, pero demuestra el deseo de mantener relaciones diplomáticas. Desde una perspectiva crítica, la asistencia del embajador de México en Venezuela a la investidura de Maduro, se interpreta como la implícita legitimación de su permanencia en el poder, ignorando las acusaciones de fraude electoral y falta de transparencia en los comicios venezolanos. México abandona la pregonada neutralidad respecto a su política de no intervención y parece alinearse, al menos simbólicamente, con un régimen señalado por prácticas antidemocráticas. En términos diplomáticos, aceptar una invitación oficial equivale a reconocer de facto al gobierno en cuestión, criticar no significa intervenir. La postura de México podría interpretarse, sobre todo por la comunidad internacional, como un respaldo tácito a Nicolás Maduro. Aplicamos la Doctrina Estrada a contentillo, en Bolivia, Perú y/o España opinamos, criticamos y asumimos una postura.

Nicolás Maduro será aclamado e investido por su cuadrilla de compinches, festinando lo bien que la ha hecho en sus casi doce años en el poder, prometiendo al gozoso pueblo venezolano, la continuidad de la bonanza. Valiente, María Corina Machado, se manifestó ayer en Caracas ante miles de compatriotas con la consigna “No tenemos miedo”, para luego ser violentamente detenida por fuerzas del Gobierno del gorila de Miraflores. González Urrutia seguramente correrá con la misma suerte al pisar Venezuela, difícilmente podrá enfundarse la banda presidencial. Nicolás Maduro continuará maltratando a sus conciudadanos, aplastarlo democráticamente en las urnas no fue suficiente. ¿Es justificable la complaciente apatía de la No Intervención? ¿Hasta cuándo?

Analista político

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