El huachicol en México no es solo la ordeña de ductos, esas escenas nocturnas de tambos y mangueras que López Obrador juró erradicar –y supuestamente erradicó– desde inicios de su gobierno. Hoy nos referimos al huachicol fiscal, un mecanismo más sofisticado, operado desde aduanas, puertos y oficinas de gobierno, donde los combustibles entran como si fueran “productos no combustibles” para evitar pagar impuestos. El golpe más reciente fue en Tampico donde un buque interceptado con cargamento declarado como aceite vegetal, desencadenó el descubrimiento de una red que mueve entre 10 y 30 por ciento del mercado nacional de combustibles, con saldo de 14 detenidos. Según Petro Intelligence, solo en 2024, el fisco perdió 177 mil millones de pesos por esta práctica, evaporados por la complicidad de mandos en aduanas, empresas fantasma y funcionarios que aplicaron el “dejar hacer, dejar pasar”.

Simultáneo al boquete infringido al erario, el gobierno federal transferirá el próximo año, 263.5 mil millones de pesos a Pemex, para cubrir amortizaciones de deuda de mercado y créditos bancarios. La empresa más endeudada del mundo, con pasivos que rebasan cien mil millones de dólares, sigue dependiendo de recursos públicos como un paciente crónico conectado al respirador. La profecía oficial asegura que para 2027 Pemex ya caminará sola, alcanzando una producción de 1.8 millones de barriles diarios. La presidenta Sheinbaum echó mano del usual reproche, culpando a anteriores regímenes neoliberales, enfatizando en la ahora por ella llamada “maldita deuda corrupta” provocada por el desenfrenado endeudamiento de la paraestatal en tiempos de Calderón y Peña –Con AMLO, Pemex perdió 1.6 billones de pesos–, que postró a Pemex en su actual realidad financiera: “No estamos aumentando el IVA como Calderón, ni estamos aumentando el ISR como Peña”, como si el contraste fiscal resolviera la fragilidad de la petrolera. Para 2026 el presupuesto destinado al sector energético es el más alto, por encima de Educación, Salud o Seguridad. El Estado mexicano se la sigue jugando con el petróleo, aun cuando la realidad global camina hacia energías limpias y la descarbonización.

La paradoja es evidente, mientras el huachicol fiscal desangra al erario en el presente, Pemex consume los recursos del futuro. El dinero que se pierde por evasión y corrupción en aduanas podría financiar hospitales, escuelas o infraestructura. El dinero que se inyecta a Pemex busca tapar un boquete sin fondo, con la insostenible esperanza de que en un par de años la empresa se vuelva autosuficiente. Este es el punto crítico, no basta con narrar culpas heredadas, urge insistir en un replanteamiento de la política energética. Se requiere cerrar con rigor los circuitos de corrupción en aduanas, auditar con transparencia los fondos destinados a Pemex e implementar una estrategia real de transición energética. México debe dejar de apostar por el petróleo como si estuviéramos en los setenta y abrazar la seguridad fiscal y ambiental.

Advertencia: Seguir subsidiando a Pemex y tolerando al mismo tiempo el huachicol fiscal, es desangre con consentimiento. El futuro energético del país depende de si estamos dispuestos a entender que la sobrevivencia de Pemex no puede costarle al país su estabilidad y desarrollo. México no puede seguir sangrando por huachicol y Pemex. La factura histórica será devastadora.

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