El título de este artículo está tomado de un libro que recoge el discurso de J. K. Rowling, la autora de la saga de Harry Potter, pronunciado en 2008 durante la ceremonia de graduación de los alumnos de la Universidad de Harvard. Al título principal ella agregó un complemento: “Los beneficios inesperados del fracaso y la importancia de la imaginación”. Se trata de un mensaje extraordinario, útil para todos, pero especialmente para los jóvenes.
Lo es más en estos tiempos complejos, de incertidumbre, miedo, egoísmo y soberbia. Tiempos de abandono de valores laicos esenciales y de refugio en lo banal. El discurso aplica a personas, a grupos y, en mi opinión, a sociedades. Lo que vale para uno, sirve para muchos y debe importar a todos, especialmente cuando se trata de una reflexión inteligente.
Ella escribe que el fracaso que vivió en su juventud la obligó a prescindir de lo superfluo, a dejar de fingir, a concentrar su energía en lo que le importaba de verdad. Como consecuencia del fracaso detectó y acrecentó capacidades que, de otra manera, probablemente no hubiera descubierto ni desarrollado. La adversidad, sostiene Rowling, saca a flote mucho de lo mejor que uno tiene, además que ayuda a identificar las relaciones verdaderas, las amistades que perdurarán. Se puede decir que al superar el fracaso sobreviene el crecimiento.
Por cierto, al hablar del fracaso, se refiere a la pobreza, de la que dice “no es una experiencia que ennoblezca… conlleva miedo, estrés y a veces depresión; implica infinidad de humillaciones y dificultades. (Vencerla) …sí es algo de lo que uno puede enorgullecerse. Pero la pobreza en sí, solo la idealizan los necios”. De la pobreza he hablado muchas veces en este espacio. Solo diré ahora que en nuestro caso se trata de un mal secular, nunca bien entendido y menos bien atendido.
Rowling señala que imaginar es la capacidad, exclusivamente humana, de concebir algo que no existe y por tanto el origen de toda invención y progreso, pero todavía más, es aquella condición que nos facilita la relación y simpatía con personas muy diferentes a nosotros, con vivencias, creencias y aspiraciones diversas a las nuestras.
Se trata de la facultad que posibilita “aprender y entender algo sin haberlo experimentado”. Es la capacidad que permite a una persona “ponerse en la piel del otro”. Como uno puede comprender, muchas personas deciden no hacer uso de esta forma de imaginación y por tanto no se interesan en los demás, en “imaginar” cómo viven, qué sienten, qué les pasa, qué requieren. Pueden, dice ella, incluso negarse a saber. Se trata de una expresión acabada del egoísmo y la insolidaridad.
Para sacar provecho del mensaje en su dimensión social, convendría en México reflexionar sobre nuestros fracasos y las múltiples maneras que hemos usado para no reconocerlos, superarlos y aprender de ellos. Aceptar que el refugio en el mito, al que con frecuencia acudimos, no es solución y que el recuso del mitote también conduce al fracaso. La verdad es que hemos desaprovechado muchos momentos estelares desde la fundación de nuestra nación más de dos siglos atrás.
Han faltado líderes y sobrado héroes del momento que no resisten la valoración del tiempo. Hemos carecido de la imaginación para entender los problemas verdaderos y para convencer a los poseedores y dueños de casi todo, que las cosas tienen que cambiar. Para persuadir a los aliados permanentes del poder sexenal que acompañan y despiden a quienes llegan, porque ellos no se van, siempre están. Un día esto cambiará y tendremos un México distinto y mejor.
Exrector de la UNAM. @JoseNarroR