El mundo en el que vivimos resulta paradójico. Los avances registrados en ciencia y tecnología son impresionantes. Los logros de la humanidad en esos campos pertenecían unas décadas atrás al reino de la ciencia ficción. La observación del cosmos o la del universo microscópico; el remplazo de órganos humanos o los videos de la anatomía y la función del cerebro o el corazón; las telecomunicaciones, los viajes espaciales, el transporte, la virtualidad y el acceso a la educación y la cultura, lo ejemplifican.
En plena contradicción, e igualmente impactantes, son los rezagos y los contrastes que afectan a miles de millones: la pobreza y la desigualdad; el hambre y la muerte evitable; la injusticia y el analfabetismo; la enorme dificultad para entendernos y comunicarnos, al igual que la carencia de servicios básicos agua potable, saneamiento, o electricidad, dejan constancia de ese lado oscuro de la humanidad.
Un asunto sobre el que debemos reflexionar es el de los valores. Alguien muy cercano me hizo notar que en el mundo contemporáneo la crisis que vivimos es profunda y se debe a que el sistema que normaba nuestra conducta individual y colectiva, derivado de revoluciones, movimientos y propuestas filosóficas surgidas y aplicadas en los últimos 250 años, hoy es inestable y vive un proceso de transformación que se debe estudiar. De todo aquello surgieron valores que ahora están en crisis. La democracia, la arquitectura institucional, los derechos humanos y la propia libertad se han debilitado.
Para entender lo que pasa en nuestro país, antes debemos analizar lo que sucede en la sociedad mundial. Por ello, en esta y en la próxima colaboración, me propongo hacer algunas consideraciones al respecto. Antes de hacerlo para el caso de México, lo haré para nuestro mundo en tres grandes apartados: la demografía, la economía y los sistemas políticos.
En el mundo vivimos más de ocho mil millones de personas, con todo lo que esto implica para satisfacer las necesidades de alimentación, vivienda, salud, educación, empleo y servicios, entre otros. Lo notable de ello es el tiempo que nos ha tomado para alcanzar esa cantidad. Transcurrieron doscientos mil años para alcanzar los primeros mil millones de habitantes y únicamente once para pasar de siete mil a ocho mil millones.
A pesar de la desaceleración del crecimiento, con alta probabilidad, dentro de treinta años el mundo estará habitado por diez mil millones de personas. La mitad de ese crecimiento poblacional tendrá lugar en África, cuya región más pobre, la de los países subsaharianos, duplicará su población y llegará a 2,600 millones de habitantes.
La economía mundial se caracteriza por la globalización y la capacidad de generar riqueza como nunca en nuestra historia, pero también por la enorme concentración de esa riqueza y la incapacidad para tener una mejor distribución; por la aparición en las últimas décadas de nuevos agentes económicos que son fuente de especulación y de poder por encima de las naciones soberanas; por el desempleo amenazante, y por la disminución del crecimiento después de la pandemia.
En cuanto a los sistemas políticos, mi primer comentario es sobre la débil e inestable gobernanza del mundo. Las deficiencia y falta de oportunidad de los organismos multinacionales son evidentes. Las guerras en Ucrania y Gaza son un ejemplo. Las democracias se han debilitado y se han reforzado los signos del autoritarismo. Los liderazgos carismáticos se imponen a la vida institucional. Los derechos fundamentales están amenazados y faltan líderes verdaderos que detengan este estado de cosas. El mundo se ha complicado de más.
Exrector de la UNAM @JoseNarroR