Continúo con el comentario sobre el libro “Crisis o Apocalipsis”, de Javier Sicilia y Jacobo Dayán. Para ellos, las crisis civilizatorias como la que padecemos se expresan por intermedio de la violencia, el dolor, la represión, la incertidumbre y, de manera señalada, por la sordera del poder. A ello se agregan las nuevas formas de mentir y dominar, e incluso de hacer la guerra y la propaganda.
Atribuyen las causas y las expresiones de la crisis a la industrialización, al modelo económico depredador que nos domina, a los excesos de la tecnología y a la interferencia de los medios digitales en la comunicación, con las consecuencias sobre la cadena de vida en el planeta. El debilitamiento del sistema de valores laicos en la sociedad y el egoísmo que predomina, también están presentes.
Ellos sostienen que parte de la respuesta a la crisis radica en la democracia. Su visión, que compartimos muchos, es que existe democracia cuando hay “diálogo, división de poderes, Estado de Derecho, contrapesos, derechos y libertades, protección de minorías” y de manera relevante apego a “la verdad y la ética pública”. Todo esto facilita la existencia la triada libertad, igualdad y justicia.
En nuestro caso no se cumple mínimamente con esas condiciones. Por ello, en el capítulo destinado a México, los autores afirman que “el Estado Mexicano siempre ha sido autoritario (salvo) momentos democráticos, pocos y cortos”. Argumentan que fracasamos con la insinuada transición democrática de finales del siglo pasado, con el modelo económico de las últimas décadas y con el de búsqueda de justicia social o de lucha contra la corrupción y el crimen organizado.
Aquí radica el dominio de las élites económicas en México, tanto las nacionales como las mundiales, al igual que la razón de que la mayoría de los derechos fundamentales incluidos en la Constitución no se cumplan ni por asomo después de décadas y décadas, e incluso de más de un siglo en varios de ellos. Los gobiernos de la supuesta transición fallaron y los dos de la presunta transformación han sido regresivos y hoy estamos peor de lo que estábamos en 2018 en muchas áreas de la vida colectiva.
Urge atender la propuesta de recuperar el buen uso de la política y abandonar el desapego de la verdad, la falta de ética de los gobernantes y la nula importancia que se concede a la palabra. Debe preocupar, por veraz, la afirmación de que “hoy, el Estado mexicano carece de cualquier proyecto político más allá de la acumulación de poder y del recambio de oligarquías”. Sobran los apellidos que documentan el dicho que a muchos nos genera indignación extrema.
Es fácil anticipar la respuesta que darán en algunos años los colaboradores y seguidores de López Obrador y del gobierno en funciones. Ateniéndose a la banalidad del mal descrita por Hannah Arendt dirán que ellos solo cumplieron con la tarea que les correspondía; que no tuvieron responsabilidad alguna porque solo obedecieron órdenes.
Sin embargo, ahí estaremos muchos para recordarles que, con sus dichos, con sus hechos y con sus silencios resultaron cómplices de uno de los momentos más oscuros de la historia del país. Habrá que guardar en la memoria y tener presentes las palabras de Jacobo Dayán: “En la medida en que los daños son irreversibles… y que el mal continúa dañando a otros, callar (era) imposible”. La lectura del libro ayuda a comprender lo que pasa en México y el mundo, además de que alienta el mensaje de que aun podemos atender la crisis, por ello, hay que leerlo.
Exrector de la UNAM. @JoseNarroR