Imposible aceptar lo que nos pasa. Que un país con la historia del nuestro, con la cultura que le caracteriza, con una de las economías principales, con el potencial que tiene y el papel que internacionalmente se le reconoce, esté tan mal calificado y retroceda cada vez, es inadmisible. Se requiere hacer un alto en el camino, definir el rumbo y tomar la decisión de cambiar en serio. Necesitamos políticos y líderes diferentes y también ciudadanos más comprometidos.

Cuando hemos visto a dirigentes relevantes de Morena y la cuarta transformación, al igual que a familiares y amigos cercanos, abusar sin pudor alguno y exhibir un grado máximo de codicia, soberbia y autoritarismo, muchos preguntamos qué fue lo que pasó, cuándo, cómo y por qué sucedió. No han sido uno ni muchos una vez. Han sido muchos y todo el tiempo.

Pasamos rápido de la “honestidad valiente” a la corrupción cobarde. Los excesos, que los vimos –porque los implicados son, además de corruptos, descuidados y exhibicionistas– se reflejaron en ropa, autos, relojes, fiestas, mansiones, hoteles, viajes, actos de ostentación, despilfarros, contratos, “contribuciones a la causa y al partido”, sobres amarillos y, por supuesto, nuevas e inmensas fortunas.

Los actos fueron grabados en audios y videos, aparecieron en fotos y crónicas. Fueron cometidos lo mismo por funcionarios, que por dirigentes partidistas, gobernadores, senadores, diputados, dirigentes sindicales o presidentes municipales. Lo peor es lo que López Obrador hizo con las fuerzas armadas: las expuso y muchos se corrompieron. No supieron resistir ni recordar la frase de un alto mando pronunciada frente al presidente del momento: “La lealtad es con honor, porque sin ella es complicidad”.

Otra arista ha sido la mezcla de corrupción, política y crimen organizado. El drama del huachicol, todavía inconcluso, ha causado muertes y desapariciones. No podrán argumentar que no sabían, que no pensaron, que no creyeron, que no es cierto, que ellos no son iguales, que son los neoliberales. Todos los hemos visto y a todos nos han ofendido. El mundo se dio cuenta del naufragio del barco de la 4T en las aguas negras.

Asombran los niveles y extensión de pudrición a los que se ha llegado y el nivel jerárquico que alcanzó. El cinismo para explicarlo y justificarlo es inusitado. También el grado de impunidad y desvergüenza. Se cometen actos reprobables y no pasa nada. Antes había consecuencias inmediatas; ahora tenemos que esperar a que los corruptos sean señalados y castigados desde el extranjero o a que las consecuencias de la inacción sean de tal tamaño que se tenga que actuar.

El problema no es ideológico ni político, es ético, moral y de pudor. El tema no es nuevo, pero no recuerdo otro momento en el que estuviéramos así. El dilema no es de unos cuantos, es del país entero. El caso es local, pero la exhibición internacional. El mal no se exorciza, se extirpa y la solución no reside en dejar pasar, requiere de la decidida intervención de la presidenta de México, acompañada por personajes con autoridad moral y del pronunciamiento de los mejores sectores de la sociedad.

Del expresidente López Obrador hacia abajo y a los lados, hay responsables que deben dar cuenta de lo que hicieron y dejaron de hacer. Urge intervenir en serio, resolver y asegurarnos que nunca más tendremos otro episodio tan vergonzante como el que vivimos. A grandes males, grandes remedios. Las crisis son oportunidades para hacer lo que en condiciones nor males no se puede o cuesta mucho más. Estamos en uno de esos momentos, aprovechemos la oportunidad.

Exrector de la UNAM. @JoseNarroR

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