El día que cumpliste nueve años, levantaste en la playa un castillo de arena… Acusan al flujo y al reflujo de su demolición. Pero no son culpables las mareas: tú sabes que alguien lo abolió a patadas…

-José Emilio Pacheco,

Los elementos de la noche

¿Qué pasó? Fue notable la decisión de la mayor parte de la prensa independiente —y la no tanto— de primar con un giro favorable el anuncio del lanzamiento de una magna operación estratégica de la DEA en nuestras fronteras. No fue el caso de La Jornada, que lo hizo en un sitio secundario de su portada. Claro, el comunicado de la agencia antinarco de EU incluía un acuerdo con el régimen mexicano, que la presidenta Sheinbaum negó a primera hora del día siguiente, ayer, a las 7:42 de una mañana nublada. Pero, quizás porque dieron por hecho el acuerdo de Palacio, ya varios noticieros lo habían celebrado la víspera y al amanecer. Y ya fulguraba en grandes caracteres, estampado como con tinta fresca, en la mayoría de las portadas de los medios impresos. ¿Qué pasó?

Narrativas en conflicto. Ya son casi once meses de este gobierno y de su celebrada decisión —convencida o resignada— de reanudar —y profundizar— una estrecha colaboración con una inocultable presencia de agencias de seguridad del vecino en tierras, mares y cielos mexicanos. Imposible dejar de percibirla detrás de importantes golpes asestados al crimen por el actual gobierno, así como tras sus ágiles respuestas a los requerimientos de, hasta ahora, dos remesas con decenas de reos de cárceles mexicanas a cárceles y juzgados estadunidenses. Y cuando ya se han consumido 20 de los 90 días de gracia concedidos por Trump para ver cumplidas sus exigencias y así evitar el castigo arancelario, el desmentido de la presidenta al comunicado de la DEA no parecería encaminarse a un conflicto sustantivo, de fondo, en el sentido tradicional de esta frase. Pero sí, de fondo, en el sentido contemporáneo de un abrupto, delicado choque de narrativas en conflicto.

Escarnio y castillo de arena. En este sentido, se ha abierto una brecha insalvable. Por un lado, la narrativa del escarnio de Trump, según la cual México hace lo que se le dice desde la Casa Blanca. Y, por otro, la narrativa frágil, pateada —como lo sabe hasta el niño de nueve años del castillo de arena del epígrafe— cuando el régimen mexicano trata de presentar como expresiones de intocada soberanía nacional, decisiones y acuerdos impuestos desde la posición de fuerza incontrastable de Washington. Así, la soberanía cae en el vacío de la quimera, esa figura monstruosa que en civilizaciones antiguas se ponía a las puertas de las casas para ahuyentar los malos espíritus. O esa fantasía que se sueña o se presenta como real o posible, en el sentido contemporáneo de la palabra. En los dos casos, un blanco destinado a caer bajo las patadas de un vecino alevoso.

Que México haga hasta lo que no le dicen. Aun con los probables beneficios colaterales que los mexicanos podamos recibir de los rendimientos esperados por Trump para sí mismo, del abatimiento de los cárteles, hay que decir que esta vez el desmentido de la presidenta a la DEA tiene mérito. Desautoriza a una agencia que suele desempeñarse no sólo por la libre respecto de los países en que actúa, sino de su propio gobierno. Así lo muestra el extremo de rebasar el dicho inaceptable de Trump de que México hace lo que se le dice, para proclamar, en cambio, con su proceder, que México debe hacer incluso lo que no le dicen: lo que no le informan.

México/Ucrania. Con el espejo de México, la gestión europea de Trump parecería encaminarse a la instalación en Ucrania de un régimen que, a su vez, haga lo que se le diga desde Moscú, que valide la entrega de territorios ocupados por la invasión y se olvide de la protección de Occidente. ¿Seguirá la guerra?

Académico de la UNAM. @JoseCarreno

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